Por: Luis Javier Plata Rosas
Ilustración: Oldemar González, cortesía de Nexos
Dada la naturaleza epistolar e íntima de sus poemas, en su tiempo Emily Dickinson era públicamente mucho más reconocida y admirada por ser una excelsa jardinera. Según uno de los varios testimonios de quienes la conocieron, “era imposible para una planta morir (…) una vez que estaba bajo su cuidado”, lo que es apenas una exageración considerando que las flores de arbusto, de bulbos, de praderas, silvestres y exóticas que logró hacer crecer en su jardín exigían por partes iguales experiencia y conocimientos específicos de sus necesidades. Muestra de ello es el sultán dulce (Centaurea moschata y C. suaveolens), flor sobre la que Dickinson escribe a una sobrina suya que tenerla es “una perversión de los hemisferios”, mucho más confortable en algún jardín bajo el sol y el clima seco de Irak, puesto que es originaria del suroeste de Asia.