Por: Jesús Alonso Olamendi
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Hoy, en la esfera pública, parece que el gobierno mexicano intenta volver a la visión aislacionista de la soberanía. Prefiere ser mero espectador en lugar de no actor en el mundo, bajo la condición recíproca de que ninguna nación u organización le señale deficiencias en el cumplimiento de sus obligaciones en el ámbito internacional. Una clara muestra de este esfuerzo por promover la cooperación internacional es el Tratado de Libre Comercio entre México y la Unión Europea. Cabe recordar que este tratado entró en vigor durante la década de los noventa, cuando México se presentó ante el mundo como un ejemplo del potencial que representa no sólo la apertura de los mercados internacionales en el marco de los tratados de libre comercio —tales como el TLCAN, que prometía estimular el desarrollo económico y social— sino también como una nación que abrazaba los principios y valores democráticos de una sociedad moderna y plural. Esto fue, sin duda, un incentivo para establecer acuerdos con la recién creada Unión Europea.