Por: Jesús Silva-Herzog Márquez
Ilustración: José María Martínez, cortesía de Nexos
La filosofía para Weil no era teoría sino vida. Escribir un tratado filosófico era para ella tan absurdo y tan complejo como redactar, en un manual, instrucciones puntuales para caminar. Detecta Zaretsky que es común que los biógrafos de la filósofa sinteticen su vida en el nudo de sus múltiples contradicciones: una anarquista que abrazaba ideales conservadores; una pacifista que tomó las armas en España; una santa que rechazó el bautismo; una mística que era, al mismo tiempo, sindicalista militante; una judía francesa que fue enterrada en la sección católica de un cementerio inglés; una profesora que despreciaba las conclusiones del aprendizaje. El biógrafo desmadeja esas paradojas y encuentra una pasión que piensa y una vida que se entrega al pensamiento. ¿Cuánto tiempo dedicas cada día a pensar?, le preguntó en alguna ocasión a una enfermera atareada con aplicar vendajes, dando vasitos de agua para las medicinas, consolando heridos. La pregunta es reveladora: convaleciente en un sanatorio, Weil le preguntaba a la enfermera por el tiempo en que realmente vivía. Al momento en que dejamos de pensar somos cosas, materia inerte. Estar vivo, ser libre, ser humano era para ella pensar y subordinarlo todo a ese pensamiento.
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