Por: Fernando Carrera
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Desde hace algunos años, ha habido una preocupante tendencia alrededor del mundo: el ascenso de la ultraderecha. En Reino Unido, el fenómeno del Brexit, repleto de tintes xenófobos y racistas y arraigado en conspiraciones sobre la Unión Europea; en Estados Unidos, la enorme popularidad (aún vigente) de Donald Trump con amplios sectores de la población; y en Europa, la viabilidad electoral, y en algunos casos la capacidad de formar gobierno, de partidos de ultraderecha. España estuvo peligrosamente cerca de unirse a este grupo. De cara a las elecciones en España el pasado 23 de julio, la gran mayoría de las encuestas favorecían al Partido Popular (PP), el principal partido de la centroderecha española, proyectando entre el 32 y 37 % del voto para este partido y su líder, Alberto Núñez Feijóo. Sin embargo, aun en el mejor de los escenarios, el PP tendría que formar una coalición para gobernar, y dado que el PSOE (Partido Socialista Obrero Español, su principal rival en la centroizquierda) y sus aliados, Sumar, así como los diversos partidos independentistas catalanes y vascos, son partidos insólitos para formar una coalición, al partido de centroderecha no le quedaba más que una opción: formar una alianza de derechas con Vox.