Por Morelia Camacho Cervantes
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Generalmente las especies invasoras a las que agregamos un valor sentimental son carismáticas y por lo tanto su manejo se vuelve controversial. Se cree que entre más “parecida” o cercana evolutivamente es una especie a los humanos, más empatía sentimos por ella. Entonces, nos genera más angustia ver sufrir a un chimpancé que a un pez. El epítome de este conflicto es con el gato doméstico (Felis silvestris catus), que es una mascota muy querida por los humanos, pero un depredador voraz cuando se le deja libre o está en condición feral. El gato doméstico es una especie invasora cuando se encuentra en estas condiciones y ha ocasionado el declive poblacional y tal vez la extinción de poblaciones locales. Se cree que en la Isla de Stephen, Nueva Zelanda, la llegada de humanos y gatos desencadenó la extinción de una de las tres únicas especies de aves canoras en el mundo que no volaban, la acantisita de matorral (Xenicus lyalli). Esta ave podía permitirse no volar porque en la isla no había depredadores que la cazaran, pero en 1894 llegaron personas a la isla para atender un faro y llevaron gatos como mascotas. Los gatos fueron dejados en libertad en la isla y encontraron las acantistas de matorral como una presa fácil. El guardafaro David Lyall reporta que los gatos le llevaban cadáveres del ave como trofeo hasta que acabaron por completo con esta especie.