Por: Diego Castañeda
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Las enfermedades infecciosas siempre han tenido un papel protagónico en la historia de las civilizaciones. Su historia es la historia de nuestras transiciones demográficas, de nuestro progreso, entendido como la capacidad que hemos tenido para extender nuestras vidas. Aunque el costo demográfico de tales enfermedades en el México independiente no fue especialmente devastador para todo el país, su impacto no pasó desapercibido en la agonizante Nueva España. La guerra de independencia y sus plagas obligaron tanto a insurgentes como a realistas a tomar medidas de salud pública, construir hospitales, crear o subir impuestos para financiarlos, cerrar puertos y hacer cuarentenas a navíos y sus tripulaciones. Los efectos se extendieron por toda la economía novohispana, con particular virulencia en la minería, la actividad económica más importante en ese momento.
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