Por: Natalia Mendoza
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Poco antes de cumplir con el encargo de matarlo, Adán tuvo oportunidad de conocer a Natividad, el líder sindical que le estaba causando molestias al gobierno federal. Los dos hombres caminaron juntos por quince kilómetros a un costado de los canales del recién inaugurado Sistema de Riego. La conversación se encaminó naturalmente hacia los recuerdos de la Revolución. Natividad, afable y animado, relató un episodio extrañísimo en el que por deshacerse de un espía porfirista terminó extraviándose en el desierto y duró tres días perdido “sin poder encontrar la Revolución”. La frase le provocó fascinación y repudio a Adán, “como si la revolución fuese una persona, una mujer, y se le buscase tangible, física, delimitada”. Como si fuera posible “tomarle la mano, unírsele tan verdaderamente que de ella pudieran nacer los hijos, las casas, la tierra y el cielo, la patria entera”. Para Adán, el asesino a sueldo, la revolución había sido una cosa muy distinta, plasmada en su primer recuerdo; aquella vez que al general le dio por presumir su puntería primero disparándole a una moneda y después al cuerpo de un hombre que había sido fusilado la noche anterior. “Esto era lo que Adán podía decir de su revolución… Era correr por el monte sin sentido. Era pisotear un sembrado. Exactamente pisotear un sembrado”.