Por: Ariel Rodríguez Kuri
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
Con sus peculiaridades, ambas sectas han pergeñado y vendido la idea de “liderazgo” como el producto más preciado de su magisterio. La lógica de educar teniendo como objetivo el liderazgo es de suyo perversa, habría que decirlo de una vez, y sorprende cómo es la palabra clave de buena parte del marketing de la educación media y superior privadas. Ir a la universidad para aprender “liderazgo” es ridículo. Es un término de implicaciones sicológicas ominosas, que hace estragos en ciertas personalidades, en especial en aquellas que se manejan en círculos estrechos e idénticos a sí mismos. En la medida en que es un intangible, la única prueba empírica de su existencia es, ni modo, el líder. No me imagino como se aprueba Liderazgo I y Liderazgo II sino en un juego de espejos con el líder (o sus vicarios). El líder me tiene que reconocer como líder para ser líder; su carisma es el conocimiento y el método para medirlo; su mensaje numinoso, una patraña que no es un constructo lógico o conceptual.