Por: Renato González Mello
Ilustración: Izak Peón, cortesía de Nexos
El tipo de controversia que ha renacido, que busca reivindicar en las estatuas y en los topónimos los hechos heroicos del pasado, es una señal de que están cambiando los límites entre lo público y lo privado. Los métodos electrónicos de comunicación han impulsado una tendencia radical que aparentemente borra la vida privada. Este cambio dramático no siempre lleva a una politización civilizatoria del ámbito doméstico, gobernado con demasiada frecuencia por formas de autoridad que bien podrían ponerse a discusión pública. Pero este proceso es más complicado y las redes de comunicación donde se defiende o se hace mofa de tal o cual monumento, escultura o nomenclatura son públicas si se atiende a su inmensa difusión; sin embargo, no lo son si se toman en cuenta su propiedad y sus objetivos. Se trata de monopolios comerciales; son empresas privadas y casi todas se caracterizan por un liderazgo personal visible y carismático. Y en el fondo, aunque en esas redes a veces se politiza la vida privada, lo que han llevado a cabo es una privatización masiva de la memoria.