Por Gerónimo Gutiérrez Fernández
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Un balance minucioso de estos primeros doscientos años resulta una labor formidable que escapa por mucho el alcance de este texto. Si acaso puede hablarse aquí de una evolución con luces y sombras; y de una relación marcada por la inevitable geografía, por el peso y la memoria de una guerra injusta que despojó a México de la mitad de su territorio, por la asimetría militar y económica, por las contradicciones entre la interdependencia y las soberanías, por el fenómeno migratorio y la vasta comunidad mexicana en Estados Unidos, por el uso y abuso de la relación para fines de política interna y por las tensiones entre la integración económica y las diferencias políticas. Es igualmente difícil decir con certeza dónde se encuentra la relación y sobre todo qué se puede prever para el futuro. Los últimos seis años han sacudido los principales ejes en los que la relación se organiza: el comercio e inversiones, el fenómeno migratorio y la seguridad. Aunque la relación pareciera ser bastante resiliente es prematuro cualquier juicio. A pesar de esto, por su importancia para una inmensa mayoría de los mexicanos y para una porción considerable de los estadunidenses, es necesario hacer reflexiones que contribuyan al debate sobre cómo forjar una mejor relación a futuro entre estas dos naciones.
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