Por: José Luis Sabau
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
¿Cómo medir lo que se niega a ser medido? Esa es la pregunta esencial del crimen organizado. Que si han infiltrado la presidencia; que si trafican una o diez toneladas de cocaína, todos son temas que emanan de lo mismo. Lo inesquivable es que el narco es una amenaza latente pero imperceptible. Sin importar los millones de pesos dedicados a entenderlo, el crimen organizado siempre evade una métrica u otra. Es, a su manera, paradójico. Sabemos, todos los mexicanos, que el narco está presente en el país entero. Por más de quince años hemos vivido en una guerra constante con noticias perpetuas de batallas y secuestros. Pero, al mismo tiempo, no podemos saber con certeza su paradero. Son como virus, flotando, en partículas, por los cielos; sabemos, intuitivamente, que están a nuestro alrededor aún si desconocemos el momento en que podrían infectarnos. O peor, como aquellos dioses ubicuos y temerarios —como el Tezcatlipoca de los mexicas— que esperan en todas partes al momento justo de atacar. Gran parte de su poder —del temor que llega a causar— está en este enigma tan arraigado en su ser. Al desconocer, con certeza, sus andares, los mexicanos vivimos en el temor de lo incierto.