Por: José Luis Lezama
Ilustración: Alberto Caudillo, cortesía de Nexos
La movilización del miedo para los fines de la buena administración y del buen gobierno data desde tiempos inmemoriales. Pero hay una versión moderna específica, concreta e histórica de este miedo, convocado para los mismos propósitos del gobierno y la administración de los problemas de la vida social y de los conflictos que de allí derivan. Esto puede observarse con claridad en el manejo gubernamental, y por diversos actores claves del orden moderno, de la crisis ambiental, ya sea que lo observemos en el movimiento ambiental, en las políticas que se ponen en práctica en los ámbitos nacionales e internacionales para enfrentarla y, de manera especial, en las políticas para encarar la crisis climática, así como en la misma práctica científica, sobre cuyos resultados, supuestamente, se toman las decisiones de política para enfrentarlo. En todos estos campos se ha recurrido al miedo y a la dramatización de los problemas ambientales como medios, instrumentos para convencer de la magnitud y gravedad de los problemas y conseguir así, conduciendo las voluntades ciudadanas por las rutas adecuadas, a la consecución de los fines políticos perseguidos.