Por: Sergio Ortiz Leroux
Ilustración: Gonzalo Tassier, cortesía de Nexos
Porfirio Muñoz Ledo (1933-2023) fue un animal político excepcional en el doble sentido de la palabra. Los políticos profesionales no suelen ser buenos intelectuales. Las confrontaciones y negociaciones de la política y las premuras de la declaración pública o de las políticas del gobierno en turno no suelen llevarse demasiado bien con las reflexiones pausadas, sopesadas y a posteriori del quehacer intelectual. Y los intelectuales no suelen ser buenos políticos profesionales. La geometría de las ideas suele quedar descuadrada ante la contingencia inevitable de la acción y la lucha políticas del día a día. Muñoz Ledo fue un muy buen político y un muy buen intelectual. Cuando ejerció funciones públicas, fuera en el gobierno federal (Secretaría de Educación Pública, Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Instituto Mexicano del Seguro Social), en el Congreso de la Unión (Cámara de Diputados y Cámara de Senadores) o en la dirección de distintos partidos políticos (Partido Revolucionario Institucional y Partido de la Revolución Democrática), Porfirio buscaba siempre justificar e ilustrar sus posicionamientos políticos del momento con reflexiones profundas y eruditas sobre la historia de México, los teóricos clásicos antiguos, modernos y contemporáneos de la Ciencia Política o el constitucionalismo mexicano y los debates legislativos. Y cuando asistía a ofrecer una conferencia en alguna institución de educación pública superior, dictaba cátedra en el Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM o comentaba algún libro, siempre trataba de vincular el mundo (casi) perfecto de las ideas, las razones y las evidencias con los debates y posicionamientos concretos (e imperfectos) de la coyuntura política.