Por: José Antonio Aguilar Rivera
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
En la actualidad escuchamos un innegable eco totalitario. Si los límites de lo que se puede decir se estrechan a causa del temor de sufrir represalias se reprime la iniciativa y el pensamiento, que es el oxígeno de una sociedad libre. Ante la ortodoxia de los dogmas políticos, Orwell reivindicaba el “derecho a publicar lo que uno considere ser la verdad, sin temor a ser intimidados o chantajeados por ningún bando”. El escritor sabía que la libertad relativa que disfrutamos depende de la opinión pública: “La ley no es una protección”. En efecto, los gobiernos pueden hacer leyes, pero “si [éstas] se aplican y cómo se comporte la policía depende del estado del humor en el país. Si un gran número de personas está interesado en la libertad de expresión habrá libertad de expresión, aun si la ley la prohíbe; si la opinión pública es perezosa, minorías inconvenientes serán perseguidas, aun si existen leyes para protegerlas”. Es cierto, la libertad no se defiende sola: es nuestra responsabilidad no ceder ante la pasión por silenciar.