Por: Máximo Ernesto Jaramillo-Molina
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de nexos
Cada vez con más frecuencia vemos críticas a la frase “pobres porque quieren”, que es una forma común para rápidamente dar a entender que las personas en situación de pobreza son culpables de sus condiciones de vida y no merecen ningún apoyo o protección social por parte del Estado.
Dicha frase es una expresión de lo que podríamos llamar la “narrativa meritocrática”. Esta narrativa propone una explicación clara —si bien no necesariamente verídica— sobre la riqueza y la pobreza en la sociedad. En cuanto a la riqueza, la narrativa meritocrática justifica la posición de las personas acaudaladas en la cima de la estructura social argumentando que estas personas tienen más talento, hacen mayores esfuerzos y poseen más creatividad. En el otro extremo, esta narrativa culpa al “pobre”1 de su posición en “la base de la pirámide” a través de justificaciones sobre su supuesta cultura, pereza y malos hábitos. Ambas explicaciones, sobra decir, son dos caras de la misma moneda.