Por: Angélica Saharaí Nava Contreras
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
El reciente caso de Debanhi Escobar y los feminicidios atroces de la niña Fátima Quintana en 2015 y de Karla Pontigo en 2012, por mencionar solo algunos, son un constante recordatorio de la violencia que podemos enfrentar las mujeres en un día cotidiano y hasta en nuestras relaciones más cercanas. Cifras del gobierno federal muestran una tendencia creciente en los presuntos feminicidios, los cuales aumentaron en 137 % entre 2015 — año en el que el Sistema Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) comenzó a contabilizar este delito— y 2021. Asimismo, la titular de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim) declaró que en 2019 sólo el 20 % de los feminicidios obtuvieron una sentencia condenatoria, lo que se traduce en un nivel de impunidad del 80 %. Si bien los números pueden parecer fríos, nos incitan a plantear algunas preguntas: ¿qué pasa después de un feminicidio? ¿Cómo viven esta experiencia las segundas víctimas, los familiares, quienes se enfrentarán al laberinto tramposo del sistema de justicia mexicano?