Por: Dulce Alejandra Camacho Ortiz
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Pocas decisiones han incidido tanto y tan profundamente en la vida y la política estadounidense como ésta. Gracias a ella, el aborto se permitió en los 50 estados que componen la unión americana. Sin embargo, debemos reconocer, como sostuvo la justice Ginsburg, que la sentencia tuvo el inesperado efecto de aletargar el debate —y quizá, la movilización— a favor del derecho a decidir de las mujeres norteamericanas. Su aprobación polarizó las posturas partidistas, e hizo que evangélicos y conservadores de extrema derecha se atrincheraran a fin de revertir la que consideraron una imposición judicial. Revertir Roe v. Wade se convirtió entonces en una bandera política más que redituable del partido republicano (algo de lo que el propio Trump tomó ventaja). En parte como consecuencia de dicha polarización, y al amparo de leyes cada vez más restrictivas, la tasa de abortos en Estados Unidos ha descendido de forma más o menos constante desde los años 90. En 2011, por ejemplo, se promulgaron 92 leyes destinadas a limitar el aborto, (exigiendo, entre otras estrategias, permisos parentales o periodos de espera obligatorios). La habilidad de la derecha estadounidense para limitar a través de políticas públicas aquello que su tribunal constitucional había reconocido en lo jurídico es indiscutible.