Por: Ana Sofía Rodríguez Everaert
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Una especie de grito, siempre al mediodía, me obsesionó durante semanas. Fantaseé con una cabra de barba blanca atrapada en el patio de una vieja vecindad. Era un perico a dos calles de distancia y con ganas de comer. Reconocí la primavera que se fue en mayo. La tortolita que en ocasiones canta, pero sobre todo camina por los andamios dejando el eco de uñas que arañan la puerta. Son más las veces que la oigo estrellarse contra las ventanas. La comparo con el colibrí, que no cantará, pero al menos distingue entre vías abiertas y cerradas. A las aves las silencian los helicópteros que despegan y aterrizan con gran pompa en un edificio de gobierno que dibuja el horizonte hacia el oeste. De ahí viene el aire que azota las cortinas contra la albahaca cuyas varas, cada vez más escuetas, rechinan mientras despiden el olor que me disuade de cerrar la ventana.