Por: Guillermo Fadanelli
Ilustración: Ricardo Figueroa, cortesía de Nexos
El temor de ser sustituido es un sentimiento que todos conocemos y que se despierta en los ámbitos más dispares. Los celos, por ejemplo, han bastado para poblar varias estepas del arte dramático o de la vida cotidiana. El miedo a no continuar en el poder, en el puesto de trabajo o en una posición social determinada es capaz de hacer temblar a los espíritus más ecuánimes. En el siglo XXI los escritores perdieron gravedad. ¿Han sido sustituidos? No creo, de ninguna manera, que las series de televisión o el cine desplacen al relato cuando en verdad es literario; en todo caso lo necesitan, si no aspiran a ser puro entretenimiento, como es evidente que sucede en la mayoría de las obras fabricadas para mostrarse en la pantalla. Más allá de que una buena porción de la literatura de ficción se someta al cabildeo, a los vaivenes del mercado o a nutrirse de la candidez de los lectores en potencia, los escritores continuarán causando disturbios en algunas mentes y no se someterán a representar acciones de publicidad comercial. Confío en que aún es posible que el lenguaje y la imaginación —en el cine, en el ensayo, en el buen periodismo o en cualquier arte donde la palabra sea contemplada— conmuevan y provoquen una clase singular de autoconocimiento humano que trascienda a la ilustración manipulada