Por: Sergio Espinoza Cruz
Ilustración: Guillermo Peéstegui, cortesía de Nexos
Esta disputa se puede comprender en el contexto más amplio del enfrentamiento que Estados Unidos y China mantienen en la arena de las relaciones económicas internacionales. El conflicto, que comenzó como un diferendo por cuestiones arancelarias y prácticas comerciales desleales, ha escalado hasta convertirse en un una confrontación abierta entre dos potencias que aspiran a la hegemonía geoeconómica y geopolítica sobre el sistema internacional en el siglo XXI, misma que han trasladado al ámbito tecnológico. La virulencia con la que Beijing se ha conducido en este desaguisado es consecuente con los objetivos trazados en sus políticas industriales y de innovación, que en conjunto han sido caracterizadas por expertos como un nuevo tecnonacionalismo chino; es decir, forman parte de una estrategia de largo aliento del régimen de Xi Jinping por convertir a China en una superpotencia tecnológica a través de la innovación endógena (zizhu chuangxin) y de una serie de políticas públicas cuyo objetivo es colocar a su industria nacional como pionera en numerosos campos de la innovación en los sectores manufacturero, energético, médico, militar y de tecnologías de la información y telecomunicaciones.
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