Por: Elisa Díaz Castelo
Ilustración: Gala Navarro, cortesía de Nexos
Siempre me llamó la atención el término “desplazamiento al rojo”. Nos lo explicó en último de prepa un maestro de física famoso por haber pertenecido a una banda de pop infantil años atrás. El desplazamiento al rojo sucede cuando la fuente de una luz se aleja y su color, el color que percibimos, cambia, acercándose al rojo. Esto explica, en ciertos casos, el color de las estrellas en el cielo. Algunas no son rojas originalmente, sino que se perciben así desde la tierra porque se están alejando de nosotros. El movimiento de un objeto altera cómo lo percibimos o, incluso, lo determina. Algo similar sucede con las ambulancias: su sonido, cuando se acerca, está hecho de púas y es urgente; al retirarse, en cambio, su canto deviene un lamento luctuoso, un quejido lento. Así, también, las palabras que el hombre trazaba en sus cartas. A pesar de estar recién escritas, cada una nacía cansada, horadada por su propia mano. Nacían y ya eran ruinas. No lo sabía entonces, pero ahora lo entiendo: todo lo que se aleja es rojo. Desde que ese hombre me escribió sus cartas de cuestionable amor, desde que le dio forma a sus letras, ya se estaba alejando. No habían terminado de formarse entre sus dedos y ya se estaban yendo, ya me quedaban lejos y eran, de algún modo, inalcanzables.