Por: Ciara Abigail Chávez Barrera
Ilustración: Oldemar González, cortesía de Nexos
Hace mucho tiempo, en las profundidades del mar, una población de organismos largos, planos e hinchados vagaban de un lugar a otro. Aunque sus apariencias no fueron las más atractivas dentro del grupo de los animales, esta población fue importante porque fue la tátara, tátara, tátara…tatarabuela de todos los animales actuales. Su corazón, igualmente poco atractivo, estaba conformado por varios tubos pequeños rodeados de células especializadas, conocidas como miocitos, que al contraerse repetidamente permitían mover los fluidos de un lugar a otro a través de sus cuerpos. A este tipo de corazón primitivo se le conoce como bomba peristáltica. Aunque no tenemos un registro fósil de esta población animal ancestral, ni mucho menos de sus corazones, sabemos que existió porque este tipo corazón es predominante dentro del grupo de los animales. Además, todos los animales compartimos genes que se encargan del desarrollo de los diferentes músculos que conforman a nuestros corazones, heredados inicialmente de este grupo ancestral común. La gran diversidad de formas de los corazones que encontramos hoy en día entre los animales es resultado de la adición de nuevas estructuras y funciones a este tipo de corazón primitivo.