Por: Alma Maldonado-Maldonado
Ilustración: Izak Peón, cortesía de Nexos
Más que una señal de apertura, presentar una “hoja de ruta” en lugar de una declaración mundial —tratándose de alejar del tradicional modelo de muchos organismos internacionales de “una receta para todos”— puede entenderse como una muestra de debilidad del liderazgo de la Unesco, en tanto que no es un documento que cuente con el apoyo de los países miembros, ni tampoco logra exponer un posicionamiento claro y contundente. La Hoja de ruta no es innovadora en su contenido. Es, en cambio, un documento que presenta un buen resumen sobre los debates importantes en el campo de la educación superior de la actualidad; también es un mapa efectivo que nos ayuda a ubicarnos en las actuales discusiones y temas controversiales (una especie de “usted está aquí”), pero no ofrece las coordenadas necesarias para guiar a algún lado. La ausencia de metas concretas y la falta de apoyo para iniciativas previas no dejan mucho espacio para considerar la Hoja como un instrumento efectivo para crear una educación superior restaurada, reinventada, mejor integrada y mejorada, que es lo que dice buscar.