Por: Elisa Díaz Castelo
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Tras bastidores del libro de Sinclair late esta historia de dominio donde la lengua que se habla no es un asunto menor. Como tampoco lo es en los versos de Sinclair. La precisión fructífera de su vocabulario, la sensorialidad de su lenguaje, sus versos que se paladean como texturas contra el cielo de la boca, me sugirieron un vínculo peculiar de la poeta con su lengua materna. Ella continúa con la herencia de Calibán, haciendo de sus poemas extensiones de un habla indócil de profusión blasfema. Caníbal nos muestra que ese lenguaje desmedido posee un exceso terrible y lleno de sentido y, también, que los parlamentos supuestamente mal dichos de Calibán no son una versión empobrecida del original sino una lengua enriquecida y alucinante. Desde un costado barroco y con una destreza brutal con el sonido, la relación que se establece en los poemas de Sinclair con el inglés me parece comparable a la que Paul Celan guarda con el alemán, su lengua materna, sí, pero también la que hablaban los asesinos de sus padres. Se trata de un vínculo ambivalente con el idioma, de un odio tanto tiempo contenido que se vuelve amor, o de un amor atribulado y con un envés nada despreciable de culpa.