Por: Oscar Rojano
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Para el sociólogo Immanuel Wallerstein, el elemento constitutivo del sistema-mundo moderno es el capitalismo: un espacio integrado a través del tiempo en el que se concentran actividades productivas, siendo la acumulación interminable de capital el objetivo primordial del sistema. Dentro de este enfoque, la protesta es un símbolo del descontento con la manera en que la hegemonía global se ha conducido, la cual restringe el bienestar de la población. A diferencia de las posturas anteriores, esta última posee un carácter ideológico que puede fungir como motor del cambio social: la cuestión no es cómo lidiar con la globalización, sino en qué momento es que la globalización —y el sistema-mundo— caerá como resultado de sus contradicciones internas. Es importante aclarar, sin embargo, que el estudio de los sistema-mundo —y, por tanto, de la globalización—, como cualquier otro enfoque histórico serio, no pretende predecir el futuro. Por el contrario, el modelo de Wallerstein plantea una multitud de escenarios en los que el siguiente acto puede ser mejor o peor al anterior, pues todo depende de la lucha social y las formas en las que las sociedades decidan organizarse