Ya no es nota: el proyecto político de Andrés Manuel López Obrador es personal y transexenal. La definición de las candidaturas de Morena en las nueve entidades donde estarán en juego gubernaturas y Jefatura de Gobierno en 2024 disipó cualquier duda. AMLO, como casi siempre, se salió con la suya. El caso más significativo fue el de Ciudad de México, porque ahí le enmendó la plana a Claudia Sheinbaum y demostró que el bastón de mando no funciona sin el instructivo que él elaboró. Y si a ello se suma la decisión de Arturo Zaldívar de renunciar a la Corte para permitir que sea AMLO y no Claudia -en caso de ganar la elección presidencial- quien escoja a la próxima ministra, el personalismo y la transexenalidad se tornan abrumadores.
La noticia es otra, si bien está íntimamente vinculada al deseo de AMLO de seguir mandando en México. En su afán de impedir la reversión de sus decisiones sin tener que dar órdenes explícitas en el hipotético gobierno de Sheinbaum -ya no se diga en el posible gobierno de Xóchitl Gálvez- el presidente está maniatando a su sucesora. Ha transformado la silla del águila en una suerte de silla eléctrica, con correas en muñecas y tobillos para sujetar a guisa de grilletes a la próxima ocupante, y con cables de alta tensión para que, en caso de proferir directrices para cambiar el rumbo del país, reciba una descarga eléctrica letal. Las ataduras son las mencionadas en el párrafo anterior y algunas más, como el control militar de sus obras emblemáticas y la constitucionalización de sus programas sociales clientelares, y el mecanismo para electrocutar es la revocación de mandato.
Hace más de dos años escribí en la revista Proceso un artículo que titulé “¿El indispensable?”. Dije entonces que “el país que tendremos en 2024 será difícil de manejar por cualquier otra persona. AMLO ha destruido muchas cosas y ha montado en su lugar un (des)orden creado a su imagen y semejanza. No será fácil para quien llegue, tiria o troyano, ponerse un traje hecho a la medida de otro, especialmente cuando ese otro tiene una fisonomía tan peculiar”. Y concluí: “Quiere volverse indispensable, ser el único que pueda gobernar a este país […] mediante la forja del nuevo Maximato. Si triunfara, su candidata no querría ni podría desviarse un milímetro de la ruta de la 4T, y a menudo solicitaría su guía para no extraviarse. Y aun si la oposición se llevara la victoria, incluso si quien llegara a la Presidencia fuera alguien con una visión diametralmente contraria, sería concebible que se viera obligado a mantener por algún tiempo varios de los componentes del “sistema” AMLO. Y no sería descabellado vislumbrar que, en un momento de turbulencia social, a ese opositor no le quedaría más remedio que pedirle apoyo al mismísimo -y aparentemente fallido- jefe Máximo de la Transformación” (25/07/21).
Hoy creo que, más que un “necesariato” como el de Díaz o un “maximato” como el de Calles, López Obrador forja un “providencialato”. Ellos permanecieron en el trono -en él o tras de él-; AMLO quiere ahí su sombra, su influjo providencial. Así como pacta lo inconfesable a trasmano, con mensajes o símbolos que obvian su presencia, así hace innecesaria su voz para que se acate su providencialismo. Los valladares que impone no dejan hacer otra cosa.