Refutar el propósito de la 4T de construir un régimen autocrático en México se ha vuelto una misión imposible. Quienes defendieron la sobrerrepresentación y la reforma judicial y ahora defienden lo que llaman “supremacía constitucional”, siempre desmintiendo las acusaciones de que persiguen el poder discrecional del “movimiento”, tienen que retorcer la lógica más elemental. ¿Cómo soslayar el peligro de una enmienda que hace inimpugnable cualquier cambio a la Constitución, aunque viole procedimientos establecidos o legalice prácticas contra los derechos humanos?
La respuesta de los voceros del oficialismo es reveladora. Cuando se les señala que podrán constitucionalizar cualquier barbaridad no tienen más argumento que “nosotros tenemos principios, nunca haríamos algo así”. Es decir, quienes hicieron un cochinero legislativo y compraron o amenazaron legisladores para obtener los votos que necesitaban en el Congreso exigen que confiemos en su rectitud, que les demos un cheque en blanco. No es necesario imaginar la posibilidad de que legalizaran los linchamientos, por ejemplo —recordemos Tláhuac y aquello de que con las creencias del pueblo no hay que meterse—; basta con desechar la ingenuidad de creerlos incapaces de regresar el control de las elecciones al gobierno para impedir la alternancia y perpetuar la 4T.
La democracia no es elegir a “los buenos” y darles el mando irrestricto para que hagan lo que les dé la gana. Es un orden jurídico que impide que dañen al país quienes nos hicieron creer que eran buenos sin serlo, o los que se volvieron malos por la ausencia de contrapesos. Y ese orden presupone equilibrios y controles, esto es, amparos, controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad a los que un ciudadano o una minoría pueda apelar. La historia nos ha enseñado que el poder corrompe y nos ha obligado a acotarlo. Los oficialistas acusan a sus críticos de exagerar y recurren al viejo truco casuístico de minimizar cada paso que dan, como si las denuncias de que nos llevan hacia un régimen de pensamiento único fueran excesos retóricos. Pero saben bien que esos pasos trazan la ruta al abismo de la autocracia.
Podrán alegar que son un gobierno popular pero ya no pueden negar, sin morderse la lengua, que están erigiendo un sistema antidemocrático. Están concentrando todo el poder para condenar a la impotencia perpetua a quienes piensan diferente. Ah, pero quienes lo advertimos somos una bola de exagerados. Ajá.
PD: A partir de la próxima semana el mundo vivirá en peligro. Si Kamala Harris gana la elección en Estados Unidos, la estratagema Trump de impugnar o de plano torcer el resultado en los estados que gobiernan los republicanos abrirá las puertas a una crisis constitucional, y las protestas de sus seguidores suscitarán turbulencias sociales. Y si gana Donald Trump se retrocederá en la agenda global de medio ambiente y de derechos humanos —por su desprecio por el cambio climático y su impulso a políticas antiinmigrantes inhumanas— y se atizarán los conflictos bélicos: si bien como presidente no inició guerras, tampoco le interesa terminar ninguna de las que estallaron, y alienta a Rusia a dar rienda suelta a su expansionismo y a Israel a escalar la conflagración en el Medio Oriente. Amarrémonos el cinturón.