Congruencia encarnada

Ciudad de México /

Cumpliría 100 años este jueves 3 de agosto. Con motivo de ese centenario, y en reconocimiento a su legado como filósofo y educador, le han organizado varios homenajes. Dejó una gran obra —más de 30 libros y medio siglo de cátedra—, recibió 7 doctorados honoris causa y otras tantas condecoraciones académicas de Alemania, España, Francia y otros países. Yo, desde luego, me siento orgulloso de su huella intelectual, pero lo admiro más por su valentía y por la congruencia que ejerció hasta el paroxismo.

Católico vital, Agustín Basave Fernández del Valle llevó su religión mucho más allá de la liturgia. Van dos anécdotas. 1) A finales de la década de los 60 su postura ideológica —era detractor del marxismo por su rechazo al materialismo totalitario, más que por defensa de un libre mercado que él, solidarista cristiano, veía con escepticismo— llevaron a grupos de izquierda a impugnarlo como director de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Nuevo León. Cuando el Consejo Universitario se reunió para destituirlo o ratificarlo, en un auditorio repleto de alumnos y de crispación, acudió a hablar en defensa propia. Corrían tiempos de turbulencia social y había granaderos —no sé si también soldados— rodeando el lugar. Cuando llegó a la puerta, el jefe de la policía le pidió no entrar: “hay muchachos armados y ahí adentro no puedo garantizarle su seguridad”. “Gracias, pero tengo que decir mi verdad”, respondió mientras cruzaba la puerta. Hubo gritos y, aunque le lanzaron algunos objetos, no pasó a mayores. Ganó la votación y a la salida hubo golpes entre los estudiantes que lo impugnaban y los que lo apoyaban; esa noche lo vi llegar a la casa con la ropa manchada de sangre. Días después lanzaron una bomba molotov que se estrelló cerca de mi recámara, sin incendiarse. Cuando crecí y adquirí conciencia de lo que había pasado le pregunté por qué se había arriesgado tanto. Levantó la vista del papel en el que escribía y murmuró: “Recordé a Jesús: bienaventurados sean quienes por mi causa padecen vituperio y persecución; yo no iba a negarlo para ahorrarme un susto”.

2) Mi padre venía de una familia aristocrática venida a menos y sus hijos crecimos en la clase media acomodada. En mala hora decidió invertir sus ahorros en acciones de la empresa de un amigo que le prometió grandes ganancias. La empresa quebró —resulta que ya andaba mal— y mi papá perdió todo su dinero. Le dolió muchísimo. Poco después, cuando en mi adolescencia lo acompañé a los ejercicios espirituales que hacía con los jesuitas, nos encontramos ahí al empresario de marras. Yo quería ir a mentarle la madre pero mi papá me detuvo, se acercó a él y lo abrazó. Me quedé atónito. Le pregunté por qué había hecho eso y me contestó “fui a decirle que no guardo ningún resentimiento, que Dios es amor y misericordia y que estoy aquí para seguir sus enseñanzas”. ¡No, bueno! ¿Qué carajos podía decirle yo?

Ese era mi padre. Un gran pensador, sin duda, pero un mejor ser humano. Yo lo evoco como congruencia encarnada. Hoy lo reconocen incluso quienes ayer lo confrontaron, porque la gente de buena fe respeta a quien se juega todo por sus convicciones, aunque no las comparta. Si bien me enorgullezco mucho de sus méritos académicos, me basta y me sobra el ejemplo de su vida para admirarlo.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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