Permítaseme hacer mi aportación a la lista de metáforas zoológicas de Estados Unidos. El águila anida en su escudo, el bisonte es su mamífero nacional, el oso fue elegido por el presidente Teodoro Roosevelt como referente —al que luego Jeffrey Davidow contrapunteó con un puercoespín mexicano—y el elefante por Pierre Elliott Trudeau para explicar el desafío de la vecindad. A mí se me figura que en estos tiempos el león simbolizaría a la nación estadunidense y, ya entrado en gastos, diría que a México podría representarlo un mapache transformado en tejón. Me explico.
Estados Unidos sigue siendo el rey de la selva. Es la superpotencia mundial, pues. Coexiste con un país más débil que, sin embargo, le es cada vez más necesario. Un coatí que si bien parece inofensivo ha desarrollado garras y dientes para defenderse de un felino mucho más grande, pero que no puede hacerlo porque tiene las patas y el hocico amarrados con mecates de corrupción.
Y es que, por una parte, la indefensión de los mexicanos frente a los estadunidenses ha disminuido en los últimos años. Tenemos ahora instrumentos para que nuestros gobernantes, si actúan con dignidad e inteligencia, negocien desde una posición de fuerza, pues la integración económica entre ambos países es cada día mayor y la importancia de nuestro apoyo en migración y narcotráfico se ha potenciado. El problema es que, por otro lado, no hemos podido acabar con la impunidad que nos corroe. De poco servirán nuestras nuevas cartas de negociación mientras seamos incapaces de detener y enjuiciar aquí a los García Lunas. Si el Estado de derecho está allá y no acá, allá se decidirá nuestra suerte.
La relación bilateral ha sido espinosa con republicanos y demócratas en la Casa Blanca. Pero cuando llegó Donald Trump las cosas se pusieron más difíciles: un bully se montó en la fiera y la azuzó. El primero en lidiar con él fue Enrique Peña Nieto; su secretario de Hacienda, Luis Videgaray tuvo la estúpida idea de llevarlo a Los Pinos como candidato, y Peña Nieto y México fueran humillados. El magnate que gusta de amedrentar a sus interlocutores le tomó la medida a quien sería su homólogo y las vejaciones continuaron. Nuestro gobierno se hincó una y otra vez.
Luego arribó López Obrador y entre él y Ebrard adoptaron la doctrina Videgaray. Trump amagó con tumbar el TLC, les exigió detener migrantes y se doblaron. En el llamado segundo piso de la 4T, sin embargo, no han aparecido letreros de “Agáchense todos”: la presidenta Claudia Sheinbaum no parece asustada como Peña y AMLO. Lo celebro, pero hago votos para que conserve la firmeza en el deplorable caso de que Donald Trump regrese por sus fueros. Con Kamala Harris es posible establecer por las buenas, o al menos con cierta racionalidad, una relación respetuosa de socios y amigos; con Trump, solo enseñando los dientes. Ojalá les quede claro a CS y De la Fuente, porque su predecesor lo hizo al revés: consintió al golpeador y golpeó al consentidor. Y ojalá CS rompa el pacto de impunidad que AMLO mantuvo y castigue a los corruptos con la ley y no con saliva.
He aquí la fuente de la vulnerabilidad de México: la corrupción. Es el talón de Aquiles que nos dificulta negociar de pie con Estados Unidos. Desamarrado, el tejón puede hacer que el león lo respete.