Es difícil encontrar un mejor caso para ilustrar el imperativo de acotar el poder que la Reforma Judicial mexicana. Cuando alguien es tan poderoso que nada ni nadie puede someter su voluntad a revisión y, en su caso, a enmienda, se pueden cometer errores muy costosos. Yo no he leído ni escuchado un solo argumento técnico a favor de la propuesta de elegir a los juzgadores por voto popular. En público, los representantes de Morena y sus aliados solo esgrimen su triunfo electoral; en privado, unos dicen que es riesgosa e innecesaria y otros de plano reconocen que no corregirá los vicios de la judicatura y que su implementación será caótica. Todos se encogen de hombros: es lo que quiere el Presidente López Obrador y hay que acatarlo. No hay nada que hacer.
El poder es una droga y concentrarlo en una persona lo hace aún más adictivo. AMLO, quien había declarado que al terminar su sexenio se retiraría de la política para llevar una vida monacal en su quinta, ha empezado a enlistar “excepciones” que lo harían intervenir en el gobierno de su sucesora. Si en las mañaneras se ha atrevido a anunciar nombramientos de la próxima administración, sin recato alguno, podemos imaginar lo que ha “inducido” en sus reuniones a puerta cerrada con Claudia Sheinbaum Pardo. Digámoslo sin ambages: AMLO va a mandar en este país varios años más. El suyo será, consciente o inopinadamente, un nuevo Maximato que prevalecerá hasta que CSP se decida a ponerle fin.
En estos tiempos de transición, sin asumir todavía el mando presidencial, CSP no tiene alicientes para contener a AMLO. Son momentos en que el cariño y la gratitud, junto con la falta de capital político propio, pesan más que la pulsión de independencia. El único límite a la injerencia en los planes de la discípula es la autocontención del mentor. Pero las circunstancias van a cambiar. Como he dicho en este espacio, creo que si AMLO porfía en emular a Plutarco Elías Calles, una vez pasado el riesgo de la revocación de mandato CSP decidirá encararlo como Lázaro Cárdenas y no como Abelardo Rodríguez. Quienes piensan que un hombre que conoce bien la historia de México no cometerá ese error subestiman el influjo del poder. Ya demostró AMLO, en su comportamiento durante el proceso electoral, hasta dónde está dispuesto a llegar para acumularlo. Y si alguna duda quedaba se disipó cuando abandonó su tradición espiritista —invocar el espíritu de la ley— en aras del “letrismo” legal para ordenar la sobrerrepresentación de su coalición.
PD: Por ahora es imposible saber cuál de las versiones de la detención del Mayo Zambada en Estados Unidos es la verdadera. Solo hay dos cosas incuestionables: 1) las negociaciones entre la DEA y los capos ocurrieron sin la participación y sin el conocimiento del gobierno mexicano; 2) nada ha cambiado en la complicidad de nuestras autoridades con los criminales. Ya sea que el acuerdo de la agencia estadounidense se haya dado con el Mayo o con el Chapito, la entrega habría sido imposible sin la connivencia entre nuestras fuerzas de seguridad y el crimen organizado. Moraleja: la corrupción no se contrarresta con voluntarismo. Sin políticas públicas, sin estrategias institucionales, los políticos, los policías y los militares corruptos se siguen saliendo con la suya.