Nuestra siempre difícil relación con Estados Unidos se está complicando. El acuerdo que Donald Trump le impuso a López Obrador y que fue refrendado en lo sustancial por Joe Biden —tú haces el trabajo sucio en materia migratoria y yo hago oídos sordos a las denuncias de ambos lados de la frontera— permitió cuatro años de relativa calma, pero el fentanilo lo ha vuelto disfuncional para el gobierno estadunidense. México recibe cada vez más presiones del norte para combatir al narco.
Sí, Estados Unidos señala la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio. Lo escribí en uno de mis libros hace más de 12 años: “Por culpa de los cárteles mexicanos y de la corrupción de nuestras autoridades, la mercancía que proviene del sur o de aquí mismo cruza nuestros cielos, mares o tierras y llega a algún punto de allá arriba. De acuerdo. Pero desde la población fronteriza, portuaria o aeroportuaria estadounidense a la que llega, la droga se distribuye con asombrosa eficiencia a todo lo largo y ancho de un territorio mucho más extenso que el nuestro. El cliente en la más grande ciudad o en el más pequeño y apartado pueblo norteamericano puede comprar su dosis puntualmente. Toda esa red de transporte, almacenamiento y venta encargada de realizar la complicadísima logística que implica el movimiento de la droga opera dentro del territorio de los Estados Unidos de América, y ahí son sus autoridades, y nadie más, las encargadas de aplicar la ley” (Mexicanidad y esquizofrenia, Océano, 2010, p.117).
Nada nuevo. Si nuestros vecinos confiscaran todos los estupefacientes tendrían una crisis social causada por un síndrome de abstinencia multitudinario. Y el tráfico selectivo en suelo gringo solo puede darse mediante un pacto entre sus fuerzas de seguridad y los narcos, lo cual presupone alguna forma de corrupción. Por otro lado, también es evidente que la guerra antinarcóticos que el gobierno estadounidense nos ha impuesto ha sido un fracaso: no ha disminuido el consumo en su país y sí ha aumentado la violencia en el nuestro.
Dicho esto hay que entender que, por desgracia, ninguna de esas verdades impedirá que Estados Unidos se endurezca en este punto de la relación bilateral. Los opioides están matando a muchos de sus ciudadanos, se acercan las elecciones y se antoja imposible que Biden pueda sostener contra viento de agencias y marea de congreso su estratagema de oídos cerrados. ¿Qué hará AMLO? Dijo que pedirá a los mexicoamericanos no votar por los republicanos que piden una intervención militar —se acaba de despertar y darse cuenta de que dormía con el peor elefante, el del GOP— pero no sabemos qué discurrirá cuando los demócratas se sumen a la demanda de que la 4T abandone el laissez-faire ante los cárteles; ¿les pedirá a los paisanos que se abstengan de votar?
Hasta ahora los dardos de AMLO al gobierno estadounidense han sido de saliva. No mucho más que una retórica antiyanqui que inició en 2021, pues a Trump no se atrevió a contrariarlo ni con una puya a la estatua de la libertad. Esa belicosidad discursiva puede darle puntos en México y ayudarle a él a paliar el remordimiento de su conciencia latinoamericana por abrazar la estrategia salinista de la integración norteamericana, pero hasta ahí. Y me temo que eso ya no le servirá de mucho.
Agustín Basave
@abasave