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El añorado imperialismo yanqui

Ciudad de México /

Dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y no, no es que todo tiempo pasado sea mejor, pero esta vez sí se está deteriorando el mundo. Quienes solíamos criticar las iniquidades de la Organización de las Naciones Unidas, la derechización finisecular o la brutalidad de la política exterior de Reagan y Bush ahora las vemos cual pálida sombra. El nuevo presidente de Estados Unidos desmantela el viejo orden internacional en una frenética marcha hacia lo desconocido. Como buen populista, sabe lo que no quiere pero no tiene una idea clara de lo que quiere, más allá de dinero y poder. ¿Aislacionismo jingoísta? ¿Expansionismo casuístico? ¿Desglobalización mercantilista? ¿Unipolaridad sin gastos ni responsabilidades o laissez faire tripolar?

Se trata, como he escrito, de un hombre con mente táctica y cortoplacista rodeado de YesMen. Quizá Marco Rubio sea capaz de venderle una estrategia geopolítica –el secretario de Estado es prueba viviente del “todo es relativo”, pues al otrora halcón sus compañeros de equipo lo hacen ver como paloma– pero seguramente se topará con el voluntarismo narcisista de Donald Trump, que se mueve a golpes de instinto y ambición individual. Sus asesores con visión estratégica pueden vestir sus impulsos con ropaje teórico pero se arriesgan al ridículo. Su jefe simpatiza con Putin y detesta a Zelenski por historias personales, por ejemplo, y un exabrupto o un chantaje redituable pueden dinamitar la tesis de que acercarse a Rusia es alejarla de China.

El mundo se encamina, así, a un escenario impredecible. Europa se prepara para independizarse de una “América” que la abandona a su suerte. La OTAN parece tener los días contados. Vamos, las mismas instituciones de Bretton Woods penden de un cabello rubio. De América Latina mejor ni hablamos: justo cuando la superpotencia estadunidense no se acordaba de nosotros, nos vuelve a olvidar. Los únicos que festejan la gestación del caos son Xi, Netanyahu y, por supuesto, Putin: ellos sí saben lo que quieren. El problema es que el enorme vacío que dejará Estados Unidos succionará al planeta como un hoyo negro y escupirá la flema darwinista de Trump: una mezcla de ley de la selva y “diplomacia mafiosa”, para usar el término de The Economist.

Ayer repudiábamos el garrote de habla suave, que hoy luce indulgente frente al garrote vociferante. Quienes antes criticábamos el establishment gringo y la colonización del soft power ahora deploramos su desvanecimiento. Algo se había avanzado en la cooperación y el comercio justo. Los imperfectos organismos internacionales, la ayuda al desarrollo y la agenda verde ya no suscitan desdén; desata indignación el afán trumpiano de demolerlos. Canadá y México, quejumbrosos vecinos del elefante que los separa y asfixia, ahora anhelan su cercanía. ¡Ah cómo cambian los tiempos! ¡Ay, soslayada perspectiva, cuántas exageraciones se decían en tu ausencia! A ver si así valoramos la moderación del justo medio, la importancia de rechazar los extremismos. No en esta era de la ira que abomina el centrismo, claro está, sino después de que se levanten los escombros que dejarán el populismo y su vocación destructiva.

Lo reitero: Donald Trump tiene que ser un invento del Deep State. Ha logrado que se añore al viejo imperialismo yanqui.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
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