La cabeza del Milenio del viernes pasado, “la de ocho”, emblematizó lo que nos espera este año: “El Presidente sube el tono contra el INE, la Corte y hasta la ONU”. Presenciaremos, en efecto, la exacerbación del estilo personal de gobernar de Andrés Manuel López Obrador -el enfrentamiento como medio para dirimir las discrepancias políticas- en una escalada de su ofensiva preelectoral contra todo aquello que no puede controlar.
No hay peor buleador que el que ha sido buleado. Quizá por eso, porque como opositor fue agredido desde el poder, AMLO es más agresivo ahora que está en el poder. Lo cierto es que se trata de un rasgo de su personalidad agudizado por el resentimiento: es la revancha de un hombre beligerante por naturaleza. AMLO siempre ha disfrazado su proclividad temperamental al pleito con el mantra ideológico de “la lucha” y ha hecho de la corrupción su coartada para justificar su intransigencia. Y claro, no tiene que esforzarse para encontrar corruptos entre sus contrincantes -en México es fácil hallarlos en cualquier lado, el suyo incluido- y personificar así su narrativa de que son las fuerzas del mal las que se le oponen. Con ella normaliza en las mañaneras el conflicto permanente, acicateado por el escupitajo nuestro de cada día. Ojo: aun cuando sus adversarios aceptarían parar la pelea, él quiere seguirla. Como dice el refrán mexicano, ¿para qué negociar si podemos arreglarnos
a fregadazos?
Su belicosidad es, en más de un sentido, pueril. El peculiar episodio del aterrizaje del presidente de Estados Unidos en el aeropuerto Felipe Ángeles lo ejemplifica. AMLO le pidió aterrizar ahí, el gobierno estadounidense dijo que aterrizaría en el Benito Juárez -simbolismo aeroportuario: el militar Ángeles desplaza al liberal Juárez- y finalmente aterrizó en Santa Lucía. En medio de esta curiosa saga, cuando un reportero le hizo notar que las autoridades del vecino del norte desconfiaban del AIFA, AMLO respondió con una puya infantil -“solo sé que no va a aterrizar en Texcoco”- para luego dedicar más tiempo a festinar que Biden “legitimó” su obra que a discutir los temas de la Cumbre. ¿Que el otro aeropuerto habría sido mejor? Lero-lero, ya lo destruí. Es como el niño que, en vez de esforzarse en sacar una buena calificación, le arrebata el examen a su rival, lo rompe y se pasa el resto de la clase sacándole la lengua.
Más allá de la ideología, pues, está la rivalidad y la disputa. AMLO nunca pierde, y cuando pierde arrebata: las que le ganan se las cobra. El problema es que ese bully no es un alumno de primaria, es el presidente más poderoso que ha habido en México en muchos años, y sus enemigos en esta temporada son el Instituto Nacional Electoral, la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la Organización de las Naciones Unidas. Al INE lo quiere debilitar con el plan B y sojuzgar con el plan C, imponiendo consejeros a modo en la próxima renovación. Con la Corte, donde ya no tendrá un titular que calendarice la agenda en función de los intereses de la 4T, tendrá una confrontación constante. De la ONU ya habrá oportunidad de hablar.
Ojalá que los nuevos consejeros no resulten sumisos y que la ministra presidenta tenga la sagacidad para cumplir, con firmeza y sensatez, su función de contrapeso al pendenciero de Palacio.
Agustín Basave