Imposible no insistir en la toxicidad de esa fase superior del autoritarismo que se llama culto a la personalidad. Es el vicio político, la grave enfermedad social que impregna de religiosidad al poder, convierte a los ciudadanos en feligresía y desnaturaliza la cosa pública. Destierra la rendición de cuentas, la fiscalización y los equilibrios democráticos. Primera paradoja: el líder iluminado esparce tinieblas sobre su grey y la arrastra a justificar sus peores decisiones.
Veamos lo que ocurre en México. Si partimos de la premisa de que el origen de la izquierda es la indignación ante la injusticia social podríamos entender que los seguidores del presidente López Obrador, aglutinados en torno a una reforma fiscal progresiva que suscitara la resistencia del gran capital o a la creación de un sistema de salud universal rechazado por sindicatos charros, se movilizaran con toda su fuerza. A nadie sorprendería que los legisladores de su movimiento apoyaran vehementemente semejantes iniciativas y que las aprobaran contra viento y marea. ¿Pero una iniciativa para militarizar la seguridad pública, para capitular en el esfuerzo de depurar y fortalecer las policías civiles y entregar ad perpetuam esa función al Ejército? ¿Eso defienden quienes fueron víctimas del empoderamiento militar exacerbado, quienes lo habían repudiado toda su vida, como en su momento lo hizo el mismo AMLO?
Es el resultado de trocar al líder en ideario, de abandonar la lealtad a las causas en aras de la fidelidad a la figura de culto. No importa qué diga nuestra ideología, importa lo que El Señor discurra entronizar. AMLO, en su infinita sabiduría, distingue cosas que nosotros no podemos ver, y por ello debemos tener fe ciega en él y en su infalibilidad. Sí, sabemos que darles tanto poder y dinero a las Fuerzas Armadas las expone a una corrosiva tentación, que sobran casos de mandos castrenses a quienes el crimen organizado ha corrompido, que se ha demostrado que meter irreversiblemente en ese terreno a las instituciones más sólidas que tenemos es politizarlas y descomponerlas. ¿Y? Nada de eso pesa más que el instinto del Jefe Máximo de la Transformación. Los gobiernos democráticos, ya no se diga los de izquierda, no les asignan esas tareas porque carecen de la visión y la genialidad de AMLO. Es obvio: si la realidad mundial no se adapta a la teoría obradorista, peor para la realidad y para el mundo.
Quisiera creer que personas racionales formadas en el pensamiento crítico se percatarán del error de ofrendar su sumisión acrítica a una suerte de deidad, pero me gana el pesimismo. Segunda paradoja: se han vuelto legas y ya no distinguen entre el César y Dios porque, en la 4T, uno se ha transfigurado en el otro. Es aterrador. Los gobernantes videntes presuponen gobernados invidentes.
PD: ¿Por qué la obsesión de AMLO de dar tantos recursos a una Guardia Nacional a la que le prohibió pelearse con los cárteles? ¿Para qué quiere darle más efectivos y armamento si la estrategia es apaciguar por las buenas a los malos? ¿La disciplina militar que tanto esgrime para justificar subsumirla en la Defensa Nacional no es para combatir sino para no combatir, es decir, para alinear a quienes sienten el deber de pelear y reciben la orden de aguantar vejaciones?