La siniestra sombra autocrática

Ciudad de México /

Hoy termina el sexenio de Andrés Manuel López Obrador. Es obligado hacer un esfuerzo de síntesis —que no neutralidad, pues no se pueden suprimir los códigos ideológicos— para evaluar su gobierno.

Luces. Reducción de la pobreza (programas sociales e incremento del salario mínimo) y en menor medida de la desigualdad; fin de la discrecionalidad en la condonación de impuestos; inicio del corredor interoceánico, si bien con menor prioridad que obras cuestionables como el Tren Maya (ecocidio), la refinería de Dos Bocas (alto costo y bajo beneficio) y el Aeropuerto Felipe Ángeles (funesta cancelación del de Texcoco); manejo prudente de las finanzas públicas en los primeros cinco años (en el sexto se revirtió para empujar el triunfo electoral de Morena). En suma, lo más valioso fue la voluntad de ver y atender a la población olvidada.

Sombras. Magros resultados en política económica (el covid no excusa un crecimiento menor al uno por ciento); errática política educativa (confusión pedagógica, desprecio por la evaluación); pésima política de salud (costosa ocurrencia del Insabi, manejo desalmado de la pandemia, cuyo responsable minimizó las pruebas para maquillar las altas cifras de muertes y pidió a los enfermos quedarse en casa para evitar imágenes de saturación hospitalaria); caótica política exterior (frentes innecesarios y ridículos internacionales del Presidente); inútil política de seguridad (la apuesta por la autocontención de los cárteles fue un fiasco y militarizar definitivamente la seguridad pública fue un despropósito); inexistente política anticorrupción (se quedó en saliva).

El ensombrecimiento no solo provino de lo que se hizo sino también de lo que se dejó de hacer. Entre las omisiones de AMLO hay un error y una traición: el primero fue no invertir su enorme capital político en una reforma fiscal progresiva para forjar un sistema de salud universal, y la segunda garantizarle impunidad, por acuerdos inconfesables, al expresidente Peña Nieto y sus secuaces tras de que saquearon al país. Por lo demás, es paradójico que un hombre obcecado con la irreversibilidad de su proyecto haya sido tan proclive a la destrucción y tan renuente a la construcción de instituciones: solo al final ideó un cambio institucional —la reforma judicial— y lo hizo por malas razones y con peores consecuencias: sojuzgó a su único contrapeso y provocó un daño, ahí sí, irreversible.

Con todo, es la siniestra sombra autocrática de AMLO la que oscurece todo su legado. Su obsesión de imponer un régimen de pensamiento único mediante la polarización y el discurso de odio contra sus opositores fue tan rentable como corrosiva. El Presidente más astuto y popular de los últimos tiempos usó su descomunal poder para matar una democratización herida e instaurar una nueva hegemonía militarizada que viola todos los cánones republicanos. En contraposición a Gandhi y a Mandela, sus referentes retóricos, usó su proverbial habilidad para comunicarse con las masas —que convirtió en mitocracia, como la bauticé en este espacio— para acentuar la división de México. Nunca superó su rencor y su sed de venganza.

No, yo no extraño a los gobiernos anteriores, cuya corrupción catapultó a AMLO. Extraño la esperanza, aquella que abrigué mientras duró nuestra transición democrática.


  • Agustín Basave
  • Mexicano regio. Escritor, politólogo. Profesor de la @UDEM. Fanático del futbol (@Rayados) y del box (émulos de JC Chávez). / Escribe todos los lunes su columna El cajón del filoneísmo.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.