Hace un par de meses argumenté en este espacio que el presidente López Obrador ha sentado las bases de una simbiosis de Maximato y Necesariato (AMLO y el “providencialato”, 13/11/23). Es decir, que ha propiciado una serie de circunstancias y condiciones políticas para volverse indispensable en el próximo sexenio, de modo que su voluntad se imponga sin que tenga que abrir la boca. El bastón de mando trae consigo un instructivo tan claro y preciso que él ya no necesita decir nada para dar órdenes, y el país parece haberse moldeado como un traje a su medida. Paradójicamente, uno de los ámbitos donde podría ser requerido es en el que más torpezas ha cometido, la política exterior, en caso de que Donald Trump vuelva literalmente por sus fueros. Me explico.
Algunos se preguntan por qué AMLO se ha esforzado tanto en mantener su vergonzosa “amistad” con Trump después del 2022. No solo se mostró renuente a reconocer la victoria de Joe Biden y esperó hasta el último minuto para enviarle su felicitación sino que, en un desplante ofensivo para el nuevo mandatario demócrata, avaló la monserga del fraude electoral pregonada por su rival republicano al justificar sus regateos aduciendo que él había sido víctima de elecciones fraudulentas. Más aún, cuantas veces se le ha pedido desde entonces su opinión sobre los exabruptos antimexicanos de su ex homólogo, AMLO ha hecho toda suerte de maromas para evitar cualquier cosa que pueda interpretarse como una descalificación. Si ya no era el miedo que le tenía al principio, cuando Donald Trump estaba en el poder, ¿qué hay detrás del excesivo cuidado en no contrariarlo?
Creo que la respuesta está en mi tesis del expresidente indispensable. Más allá de la empatía que lo vincula a su correligionario populista, que podría explicar su deseo de que vuelva a triunfar, tengo para mí que AMLO intuye que Trump volverá a la Casa Blanca y procura seguir siendo su “amigo”. Y si estoy en lo cierto resulta obvio que no lo haría en aras de allanar el camino de su gobierno, que ya termina, sino de tener una razón más para que quien lo suceda tenga que voltear a verlo. Soy de los que piensan que la supuesta buena relación que AMLO cultivó no pasa un análisis de costo-beneficio, porque hizo concesiones hasta la ignominia y recibió muy poco a cambio, pero no hay duda de que a fin de cuentas se ganó la displicente aprobación del bully.
AMLO sabe que, así como manejar el insano protagonismo que le otorgó a las Fuerzas Armadas será difícil para su sucesora, el posible retorno de Donald Trump sería una pesadilla para ella. Si gana Xóchitl, se sentaría a observarla con una sonrisa arcaica; si es Claudia, tendría un elemento más de control. En todo caso la idea es que la sombra del caudillo siga ahí, proyectándose desde su finca chiapaneca. Alguna vez le preguntaron a Álvaro Obregón si era cierto que tenía vista de águila y contestó, con su proverbial socarronería, que su vista era tan buena que desde Sonora divisó el Palacio Nacional. AMLO quiere proclamar que su voz es tan fuerte que, sin hablar, se escuchará desde Chiapas hasta la silla presidencial. Quiere demostrar que, aún callado, puede seguir gobernando a México. Quiere advertirnos que la suya será la voz que se impone en silencio.