La frase que titula este artículo remite en México a Porfirio Díaz, pero su origen conceptual está en el texto seminal de Woodrow Wilson The Study of Administration, publicado en 1887. Antes de ser presidente de Estados Unidos, Wilson fue un académico que fundó la Teoría de la Administración Pública con la tesis de que, si bien el Ejecutivo debía responder políticamente al electorado, los administradores públicos debían ser especialistas guiados por criterios científicos y ajenos a la “grilla”.
Ese fue, a mi juicio, el plan de Andrés Manuel López Obrador al escoger a Claudia Sheinbaum como su sucesora. La obra política la hizo él —dejó la 4T escrita en piedra— y le encargó a ella administrarla, para lo cual le legó una enorme concentración de poder y un régimen de partido hegemónico que le facilitarán el trabajo. De hecho, el principal reto de estos seis años de gobierno no será derrotar opositores o alinear empresarios sino negociar con aliados y, sobre todo, contener las fuerzas centrífugas del tribalismo y evitar fracturas internasen Morena. La primera tarea, la más sencilla, la podrán realizar los coordinadores parlamentarios con la supervisión de Palacio y la segunda, la más difícil, la presidenta del partido oficial y, especialmente, el secretario de Organización. CS, pues, podrá dedicar la mayor parte de su tiempo a la administración pública.
Todo(a) presidente(a) ha de hacer política, desde luego, pero la frecuencia y la intensidad varía de uno a otra. AMLO la hacía cada vez que respiraba, y a profundidad; creo que CS la hará solo cuando sea necesario: lo suyo ha sido y tengo para mí que será la dirección administrativa y las políticas públicas. Las líneas del obradorismo están trazadas, CS se formó en ellas y es evidente que quiere extenderlas, no recortarlas ni cambiarlas. Por lo demás, los incentivos que existen por ahora no son para alejarse de su mentor sino para mantenerse cerca, porque necesita su base social para afianzarse y tener margen de maniobra. Lo que le urge hoy es poner orden en la administración pública en general y en Hacienda en particular para reducir el déficit, financiarlos programas sociales, llevar a cabo sus proyectos ferroviarios y, significativamente, desarrollar la transición a energías renovables —el único contraste que presenta con respecto al sexenio anterior—; todo eso y, aunque no quiera, bajarle a los abrazos y subirle a los balazos. No podrá con más: levantar el tiradero y tener presupuesto para gobernar y hacer obra pública exige tiempo completo. Ojo: ella no tiene el teflón carismático de AMLO, a quien le perdonaron mil errores de gestión. La luna de miel de la nueva presidenta será mucho más breve que la de él, y la gente no tardará mucho en cobrarle a ella las facturas a valor nominal.
Cierto, hay una crisis en el Poder Judicial provocada por la toxicidad de la reforma de marras, y si bien es improbable que se desborde surgirán otras que demandarán atención presidencial. Pero insisto, la correlación de fuerzas favorece a Claudia Sheinbaum. Salvo la próxima revisión del T-MEC y un posible endurecimiento de Estados Unidos, podrá delegarla solución de los problemas que se avizoran. Su gran desafío será arreglar el caos administrativo que dejó AMLO. Si no lo hace se acabará la 4T. _
El reto de estos seis años de gobierno no será derrotar opositores, sino negociar con aliados