No hubo sorpresa: Claudia Sheinbaum (CS) es la virtual candidata de Morena a la Presidencia de la República. Gané la apuesta, parafraseando al presidente López Obrador; la más fácil de mi vida, por cierto. Y es que su dedazo, dosificado y en cámara lenta, fue asaz predecible. Lo que sí sorprendió a muchos —me incluyo— fue la reacción de Marcelo Ebrard (ME) de romper con Morena. Tengo la impresión de que pesó demasiado en él su animadversión por CS, es decir, que la dosis de racionalidad en esta ocasión fue menor de lo que suele ser en las decisiones de ME. “No me voy a someter a esa señora”, sentenció. Sin una fobia de ese tamaño, me parece, habría optado por irse al Senado, negociando su permanencia a cambio de más senadores de su grupo en la bancada.
Ahora tendrá que decidir algo más, también en lucha entre razón y pasión. ME quiere estar en la boleta y no quiere que CS sea presidenta, y esos dos deseos son incompatibles. La inmensa mayoría del núcleo duro del obradorismo, que siempre ha visto a ME con recelo, lo repudiará por desertor. Si contiende por otro partido le quitará más votos al Frente Amplio por México (FAM) que a la alianza de Morena, PT y PVEM y contribuirá al triunfo de su archirrival. Eso lo sabe bien AMLO y por eso ha tratado con algodones a ME. Se trataría de lo que he llamado en este espacio “ruptura pactada”: ME ayudaría a AMLO dividiendo a la oposición y AMLO no lo perseguiría, ni verbal ni penalmente, como a Xóchitl Gálvez. Conste, el rompimiento sería pactado, no necesariamente planeado. Tal vez, a la usanza del señor de los valores entendidos, ni siquiera habría negociación explícita. Lo cierto es que el quid pro quo sería evidente: paz a cambio de apoyo indirecto —o al menos de no menoscabo— a CS.
El problema es que ese pacto es disparejo. Ayuda más a AMLO, pues a ME solo le da la posibilidad de hacer una campaña perdedora para construir su propio movimiento sin persecuciones, y a costa de favorecer a “esa señora” a la que no quiere “someterse”. Si se sumara al FAM perdería protagonismo y, sobre todo, sosiego —tendría que resistir el peso del águila que AMLO le echaría encima—, pero lograría detener a CS. Ahora bien, si se descarta esta opción y si su aversión por CS es premisa ineluctable, ¿no apuntaría la racionalidad restante, ya acotada al contexto, a trabajar fuera de la liza electoral para crear su propia fuerza política y de paso estorbarle a ella? Contender por otro partido, que dicho sea de paso no le sería escriturado, ¿no sería hacerle el juego a su némesis?
Entiendo que hoy mismo, o en estos días, ME y los suyos tomarán la decisión sobre su futuro. AMLO se frota las manos ante la posibilidad de que, además de Claudia y Xóchitl, haya un candidato independiente —el de la ultraderecha trumpiana— que compita por el electorado opositor y por tanto sea instrumental al oficialismo. La pregunta es si ME va a tener o no un papel similar que haga feliz a quien lo desairó y a quien se benefició del desaire. Porque a la Presidencia de la República, afortunadamente, llegará por primera vez una mujer, y la presencia o ausencia de más aspirantes reforzará voluntaria o involuntariamente a una u otra contendiente. A menos, claro, que alguien tenga otros datos para configurar un escenario alternativo.