El presidente López Obrador parece decidido a empinar la cuesta del sexenio de Claudia Sheinbaum. En la recta final de su gobierno hace lo que no se atrevió a hacer en sus primeros cinco años, cuando tenía que asumir él mismo las consecuencias de sus actos. Da rienda suelta al endeudamiento para ganar votos; lanza su Plan C, que le deja a CS la víbora chillando; apuntala el fraude en Venezuela y cierra con broche de cobre uno de los periodos más deplorables de nuestra política exterior. Todas esas facturas las pagará su sucesora.
Vamos por partes. No sé qué hará CS para cubrir los boquetes de la economía nacional, pero lo que haga le restará margen de maniobra. Tendrá menos recursos para programas sociales, para Pemex, para inversiones de infraestructura; vamos, hasta para mantener una buena relación con los gobernadores. Ojo: ella no tiene el carisma y la popularidad de AMLO, que le solaparon mil deficiencias para salirse con la suya. Necesita más presupuesto que él y no solo recibirá menos sino que heredará cofres vacíos, pues “ya saben quién” se acabó todos los guardaditos que había en fideicomisos.
La reforma al Poder Judicial y la desaparición de órganos autónomos generará fricciones sociopolíticas adentro y costos innecesarios afuera. Sí, Morena controlará el Congreso, pero paradójicamente eso le complicará las cosas. CS no podrá hacer ajustes a la agenda legislativa que le impuso AMLO porque las tribus morenistas —cuyo único factor de cohesión es el obradorismo— se encargarán de empujarla a rajatabla. Y dado que todo parece indicar que la mutación del Jefe Máximo de la Transformación, quien dejó de ser “espiritista” en su interpretación de la ley para volverse letrista, forzará una fraudulenta mayoría calificada en la Cámara de Diputados y algo muy cercano en el Senado, CS tendrá que encarar una oposición y una sociedad civil menguadas pero belicosas. Y si en 2027 se recorta ese exceso mayoritario, no le será nada fácil tejer acuerdos.
Finalmente, la cancillería arrancará con un déficit terrible. Relaciones bilaterales quebradas con varios países y la papa caliente venezolana que el apoyo implícito a la sangrienta represión de Maduro calentará aún más. Por otro lado, si el próximo presidente de Estados Unidos es Donald Trump, el “amigo” de su mentor, que Dios la agarre confesada, y a los mexicanos también; y si es Kamala Harris, que se ponga a hilar fino para restañar las heridas que las aberraciones diplomáticas de AMLO causaron en el Partido Demócrata. Súmesele a ello la irritación internacional con el Plan C y el panorama se torna más negro.
¿Virajes? Supongo que a estas alturas nadie abriga esperanzas de que AMLO se retire en octubre. Ha dejado tantas evidencias de que seguirá gobernando desde Palenque —la más reciente: la visita del secretario de Seguridad para recibir su visto bueno— que se requiere una enorme dosis de ingenuidad para creerlo. Mandará hasta que CS le ponga un alto, lo cual no se vislumbra en el futuro previsible.
PD: La frontera entre gobierno y criminalidad en México sigue siendo prácticamente inexistente. La complicidad de autoridades de Morena con el cártel de Sinaloa, notoria en la entrega del Mayo Zambada, muestra que nada ha cambiado. AMLO, en ese y en otros rubros, es igual a sus predecesores.