Las convocatorias a la unidad nacional suelen ser engañosas. Los extremos son de urgente y obvia resolución: se aprueban en una nación invadida por un ejército extranjero que busca arrebatarle su soberanía, v. gr., y se reprueban en una guerra desatada por una dictadura para ocultar un genocidio y obtener respaldo popular. Pero en medio de estos casos hay un complejo espectro que dificulta el juicio, y es ahí donde se sitúa México ante el inminente regreso de Donald Trump al poder. Y es ahí también donde desbarra el oficialismo, que empieza a blandir anatemas de traición a la patria para quienes no apoyen a la presidenta Sheinbaum.
Recuerdo que cuando Peña Nieto recibió el maltrato de Trump y el PRI exigió unidad yo respondí que, guardando las distancias, Peña emulaba a Galtieri para quitar la mirada pública sobre su corrupción, y que para colmo lo hacía desde la genuflexión. Hoy tengo la impresión de que CSP aprendió la lección de la torpe doctrina Videgaray de la sumisión —que López Obrador y Ebrard en mala hora adoptaron— y mostró firmeza en su carta a Donald Trump. De hecho, creo que el acuse de recibo del bully fue suavizar el tono en su posterior conversación telefónica, siguiendo el guion plasmado en su libro The Art of the Deal: ataca y, si el interlocutor no se dobla, negocia. Eso sí, creo que CSP debe ya abandonar la diplomacia epistolar de AMLO, que da votos al interior a costa de arruinar la política exterior con indiscreciones y fanfarronadas. Entiendo —y a menudo lamento— que imite en otras cosas a quien fue un presidente tan popular; no sé por qué lo hace en la tarea de Estado en que más
fiascos cosechó.
Ahora bien, en este contexto la unidad podría forjarse en torno a la protección de nuestros paisanos de Estados Unidos, por ejemplo, salvo que los oficialistas cometan el error de esperar que ello conlleve el achatamiento de la crítica. Ningún demócrata aceptaría allanar el camino a un régimen de pensamiento único ni podría en conciencia cuestionar al Congreso estadounidense si llegara a condicionar el T-MEC a matizar el nefasto Plan C. Y digo Congreso porque Trump es un populista autoritario que de mil amores suscribiría para su país el proyecto cuatrotero. Por cierto, digámoslo de una vez: ya no vale el espantajo del colaboracionismo, porque la misma 4T tendrá que aliarse a políticos y empresarios del “imperio” para defender nuestra economía. En suma, aquiescencia a la autocratización no, defensa de migrantes sí.
Miles de mexicanos serán deportados en violación a sus derechos humanos, y su sufrimiento podrá reducirse en la medida en que CSP enfrente a Trump con entereza y sagacidad. Si lo hace sin caer en el sectarismo de tachar de traidores a quienes discrepan de la 4T podrá unir a México en torno a una causa justa. Por el contrario, si asume el desprecio de AMLO por quienes piensan distinto y se atiene al apoyo de su base social, puede acabar añorando el valor de las minorías en tiempos de crisis. Porque será inevitable recibir más deportaciones, apretar al crimen organizado —qué bueno—, aguantar embates arancelarios y distanciarnos un poco de China, pero habrá un estrecho margen de maniobra para evitar hacerlo en las condiciones abusivas de Trump. Y esa estrechez pedirá a gritos unidad en la diversidad.