Pequeñas diferencias culturales

  • Valija diplomática
  • Ainhoa Moll

Monterrey /

Poco a poco México se va abriendo a mis ojos. Tras dos años viviendo aquí siento que he incorporado rasgos de este lugar que ya nunca me dejarán. He aprendido y sigo aprendiendo mucho pero a pesar de la cercanía con la que lo siento siguen sorprendiéndome determinadas diferencias culturales. A menudo veo a México, con la excepción de algunos sectores de CdMx, como un reflejo de la España de hace 40 años, de la España de mi infancia, de la que ya no existe, y ese recuerdo me produce sentimientos encontrados.

La fuerte religiosidad del país por ejemplo. No soy una persona religiosa, ni siquiera mínimamente creyente. Soy el producto de la España laica, agnóstica o de religiosidad difusa que cada vez va ganando más adeptos pero mis fuertes raíces católicas hacen que me resulte enternecedor ver cómo la gente más humilde se santigua por cada peso que recibe o cómo el “Que vaya usted con Dios” o “bien Gracias a Dios” están tan presentes en las conversaciones. Inmediatamente viajo en el tiempo y recuerdo a mi abuela y a mis tías, y a las misas de los domingos con mis padres o las oraciones para bendecir la mesa. Y me sorprende que en México siga tan vivo ese sentimiento en todas las capas sociales.

Me resulta llamativo el papel de la mujer en la sociedad y su amplísima reclusión al ámbito del hogar. Aunque la erradicación del machismo en España tiene aún mucho camino por delante le lleva muchas décadas de ventaja a México. No quiero entrar en estadísticas de maltrato a la mujer sino centrarme en la extendida idea, aceptada por hombres y mujeres, de que la mujer mexicana debe ocuparse casi exclusivamente del hogar y de los hijos. Y eso no tiene nada malo siempre que sea consecuencia de una decisión libre. Pero no es exactamente así porque socialmente lo que se espera de la mujer es su dedicación al hogar, todo lo demás es secundario. Pero las ventajas de que la mujer goce de independencia económica o mayor autoestima por sentirse útil fuera del hogar son incuestionables, y permite mayor equilibrio dentro de la pareja. Unos buenos amigos mexicanos de menos de 40 años, formados en el extranjero y de mentalidad abierta me abrieron definitivamente los ojos al reconocerme que al poco de casarse el marido le pidió a la mujer que dejara de trabajar. En la España de hoy esa petición resulta inimaginable pero en México no levanta ninguna suspicacia.

La separación entre géneros es otro elemento llamativo. Los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres. A los que somos de fuera nos sorprende ver cómo esa barrera se construye sutilmente desde la infancia. En el México que conozco es extrañísimo que una pareja conviva antes del matrimonio y una de las grandes preocupaciones de los padres es conseguir que sus hijas adolescentes no mantengan relaciones sexuales antes de casarse. El aborto es legal en casos muy limitados y en una sociedad tan religiosa como ésta no se plantea como opción por lo que el riesgo a un embarazo indeseado puede suponer un verdadero drama. Por contra en España se promueve abiertamente la educación sexual para evitar esas circunstancias, se anima socialmente a la convivencia de parejas no casadas y se es absolutamente consciente de que si la decisión más importante que uno toma en la vida es la de elegir con quién va a casarse lo debe hacer conociendo bien a la persona y nunca a edades tan tempranas como se estila por aquí.

Tampoco entiendo la poca aceptación de la homosexualidad, la desgracia que supone para muchas familias que su vástagos sean gays y que salgan del armario. De hecho la mayoría no sale, y quienes lo hacen si pueden permitírselo se van porque la sociedad aún no acepta algo tan básico como la libertad individual.

España y México son países muy cercanos en superficie pero con enormes diferencias culturales en profundidad marcadas por la religión y la aceptación de un único modelo familiar, el tradicional. Ni la religión ni la familia tradicional tienen nada malo, el problema aparece cuando es lo único aceptado socialmente ya que irremisiblemente dejas fuera a mucha gente.

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