Un poquito de aire puro, por favor

  • Valija diplomática
  • Ainhoa Moll

Monterrey /

Mientras hacíamos los preparativos para trasladarnos a Monterrey en ningún momento se me pasó por la cabeza que el tema de la contaminación fuera relevante. Es cierto que había oído hablar sobre la mala calidad del aire de Ciudad de México, pero lejos estaba de sospechar que la calidad del aire de Monterrey fuera peor y que esta ciudad ostentara el triste título de “ciudad más contaminada de México”.

Por enésima vez he recibido uno de esos tristes mensajes en los que el colegio te comunica que la calidad del aire es tan mala que los niños no podrán salir al recreo. Por descontado, las actividades deportivas en el exterior quedan también anuladas. Según la aplicación Air Quality, la calidad del aire estos días en Monterrey es peor que la de la hipercontaminada Beijing, por lo que se recomienda el cierre de ventanas y el uso obligatorio de mascarillas. Parece que estamos batiendo récords. Una conjunción de factores hace que las partículas en suspensión menores a 2.5 micras, tremendamente tóxicas, que respiramos en cada inhalación, sean más abundantes de lo normal. En resumen nos envenenamos poco a poco.

Ya he señalado que no es la primera vez que recibo esta alerta y desafortunadamente no será la última. Los chats de las escuelas son un hervidero y se escriben cartas solicitando a la dirección la instalación de purificadores de aire, la obligatoriedad de las mascarillas o la plantación masiva de árboles. Todas esas iniciativas están muy bien, pero no son más que parches.

El otro día, en estas mismas páginas, Luis Petersen señalaba que el 67% de la contaminación proveniente de las partículas menores a 2.5 micras procedía de la industria. Pero no solo está la industria, también están las malas prácticas en la construcción o un sistema de transporte público muy contaminante.

A quienes venimos de Europa nos sorprende la tibieza con la que se afronta el tema. Resulta impactante ver en el área metropolitana fábricas con chimeneas humeantes a pocos metros de escuelas u hospitales, y autobuses públicos capaces de envenenar en pocos segundos a quien se ponga detrás. En muchas ciudades europeas antes existían graves problemas de contaminación, y aún hay camino por recorrer, pero se ha obligado a las industrias a abandonar los centros urbanos, se ha limitado la circulación de los coches y se ha puesto en marcha un eficaz sistema de transporte público no contaminante. Medidas drásticas en algunos casos, que causan molestias sin lugar a dudas, pero absolutamente necesarias. Por desgracia la cuestión es demasiado seria para las medias tintas.

Antes de llegar a México, la principal preocupación que tenía era la seguridad, pero tras un año de vivir aquí, la contaminación y los efectos nocivos que esta pueda tener sobre la salud de mis hijas se ha colocado en primer lugar.



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