Durante años, la Dirección de Vialidad estatal fue una institución incómoda y que tenía poder, calle, contacto directo con la gente y sí, también tenía vicios. Pero funcionaba.
Regulaba el tránsito estatal, vigilaba carreteras, prevenía accidentes y ponía orden en un estado que crecía más rápido que su infraestructura. No era perfecta, pero estaba ahí.
El pecado original fue el de siempre, es decir: la corrupción. Nadie la niega y menos la defiende. El problema no fue reconocerla, sino la decisión que vino después.
En lugar de investigar, auditar, depurar y castigar, el entonces gobernador Miguel Barbosa optó por el camino fácil de desaparecerla. Sin expedientes públicos, sin responsables sancionados y sin sentencias. La acusación fue ambigua. Otra ocurrencia del que gobernó en la comodidad de una silla.
Así, de un plumazo, Vialidad dejó de ser una policía en las carreteras para convertirse en una oficina de trámites. Policías entrenados para prevenir riesgos terminaron archivando documentos.
¿El resultado? Carreteras estatales sin vigilancia especializada, excesos de velocidad normalizados, transporte irregular circulando y accidentes mortales que se han vuelto comunes.
Y como suele pasar, el vacío no lo llenó nadie.
El martes ocurrió el último capítulo de esta historia, cuando los trabajadores de la antigua Dirección de Vialidad, en el inmueble de la 105 Poniente, fueron desalojados. El edificio ahora será ocupado por la Secretaría de Movilidad y Transporte. Es decir, Vialidad no solo perdió facultades, sino perdió espacio, identidad y futuro.
¿De verdad combatir la corrupción implicaba desaparecer a la institución?
En tiempos donde la tecnología permite supervisar con cámaras corporales, GPS, radares, fotomultas auditables, sanciones digitales sin contacto humano, valía la pena repensar en cómo rescatar a este sector. Porque combatir la corrupción debería implicar acciones para profesionalizar, supervisar, sancionar al corrupto y respaldar al que cumple.
La desaparición de la Dirección de Vialidad no fue una solución. Fue una renuncia.
Renuncia a corregir con inteligencia. Renuncia a transformar sin destruir. Renuncia a asumir que las instituciones se arreglan enfrentando sus problemas y no borrándolas del mapa.