Empezaron a recorrer los lugares en los que presuntamente habían visto en algún momento al camarógrafo desaparecido.
El tianguis fue quizá el mayor de los retos. Alguien creyó reconocer en la fotografía de la ficha de búsqueda a aquel que hacía unos meses había llegado a pedir apoyo a las personas en el tianguis, caer desvanecido, ser dado por muerto y haber desaparecido bajo muy extrañas circunstancias.
Se entrevistaron con la pareja de mercaderes que le dieron comida, con los adolescentes que atendieron el llamado de auxilio de la niña que vio el cuerpo, con los socorristas que acudieron primero y estuvieron evaluando su estado físico, con la señora del puesto de plantas que le proporcionó la cobija, con todas aquellas personas que de alguna u otra forma lo habían visto, incluso con los padres de la chiquilla.
Escucharon las versiones, los hechos, las impresiones en torno al hombre de-saparecido aquella noche. También inspeccionaron los lugares, revisaron los reportes médicos e incluso consiguieron una copia del video en resguardo de la policía: los representantes de la ley habían hallado un par de cámaras en los edificios aledaños, aunque solo una estaba en operación aquella noche.
Las personas lo identificaron aunque la pequeña fue la única que mencionó la luz debajo de la cobija, incluso le vio irse cuando los de la ambulancia estaban averiguando si habían atropellado a alguien o no: “no debía decir nada esa vez porque estaba muy sorprendida con lo sucedido y no queríamos que la estuvieran presionando”, explicó su mamá.
El video no era de la mejor calidad y había incluso algunas partes en que se veía borroso, quizá por la distancia, la altura o tal vez el grado de humedad en el ambiente, pero ni Fernando ni Diana podían afirmar con toda certeza que se trataba del mismo sujeto, aunque era innegable la similitud de movimientos.
Los únicos capaces de confirmar con excesiva certeza que se trataba de la misma persona eran los dos ocupantes de la ambulancia que acudieron al llamado de emergencia aquella noche porque un hombre se había caído y golpeado la cabeza. Así sucedió. Ambos lo aseguraron.
Luego buscaron el reporte de actividad de aquella noche. El sujeto se había rehusado en todo momento a acudir al hospital y solo permitió una revisión in situ. No había nada para preocuparse, pero eran necesarios exámenes a fondo para descartar alguno de esos males que nos aquejan a todos en estos tiempos. De alguna forma les convenció de no hacerlo, aunque no lo consignaban en el documento.
Abandonaron el hospital y se dirigieron al parque. Diana les contó cuando alguna vez intentó invitarle a comer pero ella ni siquiera le dio oportunidad: le dejó con la mano estirada y una bolsa de papel en cuyo interior seguramente había alguna de las comidas grasientas y poco nutritivas que se comercializaban en los tiendas a un lado de la carretera, al fondo del estacionamiento donde sucedió aquel terrible accidente.
¿Recuerdan? Murieron varios hombres y un niño, fue por las mismas fechas en que se quemó y explotó la fabrica donde trabajaba.
Ese día, por la mañana los periodistas regresaban precisamente de haber hecho la cobertura informativa para el noticiero matutino y se habían detenido aquí para hacer algunas tomas.
Su compañero se fue hacia el río mientras él, por enésima ocasión en los últimos años, tomaba la sabia decisión de dejar el cigarro otra vez. Luego ya no supo nada él.
Pasaron días, reportes, jornadas de búsqueda y recorridos en las casas y rancherías cercanas, pero nadie lo había visto, quizá sería buena idea visitarles nuevamente, pensó en voz alta. Explicó el detalle de su reciente soliloquio y agregó un detalle: en la primer búsqueda solo encontraron la cámara sumergida en el agua, cerca de la salida del drenaje, y algunos hilachos rasgados de lo que presumían era la ropa del recién desaparecido.
Un habitante de la zona creía haberlo visto internándose en el bosque…