La señora de los lentes (LV)

  • Pa'no molestar
  • Alejandro Evaristo

Hidalgo /

La frase leída en el exhibidor externo de la librería le remontó de inmediato a la cosa esa. Una especie del género femenino cuyo ascenso había sido circunstancial.

Desde el primer momento hasta ahora ha sentido un poco de la vida escapando a través de sus cada vez más comunes pérdidas de tiempo.

No se trata de momentos desperdiciados en actividades banales, sino en espacios temporales inalcanzables para su memoria inmediata porque, sencillamente, no tiene idea alguna de lo hecho o sucedido.

Ahora descansa agazapado entre los capullos formados por todas sus extremidades y, sin poder pestañear al menos una vez, espera que la tarde acabe de morir para poder andar un rato por ahí, cerca del agua, lejos de la gente y protegido por las sombras.

Esta noche al parecer no lloverá pero una especie de instinto oculto le grita lo contrario porque la humedad viene con el viento del norte hasta aquí y le refresca el rostro y todos sus complementos: el olor a tierra mojada es inconfundible, preticor dicen que le llaman, tanto como la necesidad de almacenar un poco más de alimento.

Lo más acertado para el momento sería traer consigo a la señora gorda de lentes, la que vende chismes disfrazada de mujer trabajadora en las orillas del parque a la orden de un sujeto que no ha sabido reconocer el valor de los otros, los que recorren las calles de la ciudad ofreciendo toda clase de botanas para mantener el hambre a raya mientras llega la hora de los sagrados alimentos.

Mientras huele la lluvia recuerda cuando un día se cruzó con uno y este le ofreció pruebas de nuez criolla, semillas tostadas de calabaza y hasta gomitas agridulces con forma de serpiente, solo recibió las primeras por desconocimiento, pero resultaron bastante molestas para su aparato digestivo y, horas después, tuvo que regurgitar todo allá arriba.

Asco.

***

“La soberbia es una discapacidad que surge a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”, ese era el caso. La frase leída en el exhibidor externo de la librería le remontó de inmediato a la cosa esa. Una especie del género femenino cuyo ascenso había sido absolutamente circunstancial porque al anterior responsable de la carretilla no se le volvió a ver.

Ella dice que encontraron la mercancía y su vehículo una noche, a las orillas del parque, iba con el dueño del negocio quien, al no encontrar un sustituto capaz decidió darle a ella la responsabilidad después de haber pasado unos minutos de placer. Aceptó porque se trataba de unos pesos más y también por el nivel. La de los lentes hizo lo que mejor sabe y le resultó: su innegable don para manipular al patrón le permite hacer y decir cuanta barbaridad sea posible sin temor a represalias porque el disfrute de la carne implica la absoluta e incondicional subordinación.

El rechazo era absoluto. Algunas especies animales cuentan con una especie de sentido que les permite determinar si lo que hallan es comestible y, al parecer, él contaba con tal don.

Ella estaba a salvo y no lo sabía, por eso de todos modos se iba a alguno de los albergues, donde podía seguir vendiendo su mercancía y salir por la mañana a resurtir sus productos.

Fue precisamente ella quien aportó los primeros indicios para que la policía se hiciera de pistas, aunque ninguno de ellos pensó en darle credibilidad a sus decires por sus propios antecedentes.

Sí, había sido detenida en al menos dos ocasiones por supuestas “faltas administrativas”.

La primera no fue por su estado etílico, más bien “porque tenía que hacer del cuerpo y no llegaba, por eso oriné en el parque”; la siguiente fue resultado del pleito con el amante en turno y sus celos enfermizos, encuentro que terminó en el rostro ensangrentado de ambos, ella por los golpes recibidos y él porque su embrutecido rostro recibió tremendo botellazo por parte de la mujer.

Como sea, ella fue quien les dijo. “Lo que sea que está atacando a la gente sale de los árboles y los carga de vuelta hacia ahí. Una vez vi cuando un señor se cayó y eso le cayó encima y así, rapidísimo, lo levantó y se lo llevó, creo que estaba lloviendo. También me quedé de a seis porque se ha llevado varios perros ¿o qué?, ¿a poco no se han dado cuenta de que ya no hay perritos callejeros?”.

- ¿Qué más?

Pues la última vez que lo vi estaba muy borracha, era muy grande y tenía un montón de manos


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