En su andar por este mundo roto, atiborrado de sufrimiento, injusticias, dolores y quebrantos, Jesús fue todo el tiempo 100% Dios y 100% hombre. En su momento de mayor debilidad sudó gotas de sangre mientras clamaba al Padre en el huerto de Getsemaní. Jesús sabía que esa comunión eterna tendría una horrenda interrupción cuando él asumiera todos y cada uno de nuestros pecados en la Cruz. Jesús aceptó voluntariamente tomar nuestro lugar y recibir nuestro castigo, con un solo propósito, otorgarnos su perdón y reconciliarnos con Dios: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”, 2ª. Corintios 5:21.
Cuando se desangraba en la cruz, y la deshidratación provocaba que su boca seca apenas pudiera pronunciar: “tengo sed”, Jesús expuso su debilidad y sufrimiento físico. Cuando acabó de liquidar la impagable deuda que tenemos ante Dios a causa de nuestro pecado, un Jesús humanamente molido y divinamente triunfante dijo: “Consumado es”, y entregó el espíritu.
La insensatez de Dios viendo desde el Cielo la terrible agonía de su amado unigénito, y no interviniendo para detener su injusto sufrimiento en la cruz. La insensatez de Dios amándonos a tan alto precio. Dando a su hijo por nosotros: Incrédulos, rebeldes, blasfemos, mentirosos, adúlteros, homicidas, corruptos, ladrones, traicioneros, egoístas, pervertidos, inmorales, crueles, ingratos, amantes de placeres y deleites, aborrecederos e indiferentes a Dios.
Dios pudo haberlo hecho solo para quienes valoraran el sacrificio de su hijo, pero no; decidió hacerlo por todos nosotros: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”, Juan 3:16. Dios nos amó a todos, y al dotarnos de libre albedrío nos deja decidir qué hacer con ese amor: Creer en Jesucristo y tener vida eterna; o rechazarle y perdernos aquí y por la eternidad.
“Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres”, 1ª. Corintios 1:25. No hay otra forma en que tú yo podamos ser perdonados y salvados. Un sacrificio perfecto, completo y gratuito hecho por el justo, santo y perfecto a nuestro favor.
Cree en Jesús y pídele que te salve.