La palabra “pecado” nos resulta sumamente incomoda. Que alguien nos diga que somos pecadores es una especie de “afrenta intelectual”. En esta época de avances de todo tipo, referirse al pecado es casi retrógrado. “Vive y deja vivir”, “si a ti te hace feliz, está bien”, “respeta y yo respeto”, -entre otras-, son frases que son comunes en nuestro lenguaje.
Ahora es muy bien visto y hasta plausible el “ser tolerante y abierto”. Estar a favor del aborto, el homosexualismo, el lesbianismo, y otro tipo de comportamientos es “ser moderno”, “educado”, o hasta “culto”.
Mauricio Clark transitó 20 años por una parte de esta vía. Ahora asegura por experiencia propia que no se puede ser realmente feliz viviendo como homosexual. También dice que, “el homosexual no nace; se hace”. Sus declaraciones lo han puesto “en el ojo del huracán” y no es de sorprender. Oponerse a la corriente conlleva resistencia.
Particularmente considero que se puede discutir todo lo que se quiera filosóficamente en torno al pecado, pero eso nunca va a cambiar las consecuencias terribles que tendrá en nuestras vidas. Sin duda el pecar implica momentos de gran placer temporal, -por eso el pecado resulta tan atractivo-, pero lo que produce después es fatal. La culpa puede arrastrarnos incluso al suicidio.
De hecho la Biblia que, sí, es la palabra de Dios, nos asegura que todos somos pecadores, y que la paga del pecado es muerte, en un sentido espiritual, físico y eterno. “El alma que pecare, esa morirá”. Sin embargo Dios no quiere eso para nadie. Él sí es verdaderamente tolerante con cada uno de nosotros: Nos busca continuamente y anhela que nos volvamos a Él para nuestro bien. “Dios no quiere la muerte del impío, sino que éste se vuelva de sus malos caminos y viva”.
La frase, “Dios aborrece el pecado, pero ama al pecador”, es absolutamente cierta. Dios nos ama a tal grado que dio a su unigénito Jesucristo para que muriera en nuestro lugar cargando con nuestros pecados. La tumba vacía apunta al único que ha triunfado sobre la tentación, el pecado, Satanás y la muerte: Jesucristo.
Él sigue dispuesto a perdonar, salvar, transformar y dar vida nueva, abundante y eterna. No importa cuán lejos estés, o lo bajo que hayas caído; vuélvete a Jesucristo y tu alma recibirá todo lo que necesita._