Promesa de corazón

  • En Corto
  • Alejandro Maldonado

Estado de México /

Era solo un niño, pero lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Aquella tarde de Navidad, la persona para la que trabajaba durante mis vacaciones -un amigo de mi padre- me dijo que debía regresar a casa de inmediato, sin darme mayores explicaciones. No entendí la urgencia hasta que abrí la puerta y vi las manchas de sangre en el piso. Lo demás es confuso. Solo conservo en la memoria una voz que me dijo:

“Tu abuelo sufrió un ataque al corazón y cayó al suelo. Tu mamá y tu abuela no se dieron cuenta porque estaban en la cocina preparando la cena. Él ya no está. Tú y tus hermanos pasarán la noche en casa de unos amigos”.

Pasaron los años. Ya siendo adolescente, mi madre me pidió que fuera al hospital a visitar a mi otro abuelo. Había tenido un infarto y su estado era grave. No recuerdo qué palabras cruzamos, solo su imagen: tendido en una cama inclinada, en una habitación blanca. Allí murió poco después.

Cuando el corazón falla, todo lo demás -que parecía funcionar a la perfección- se desmorona también. Lo mismo ocurre en el ámbito espiritual. No importa cuán famoso, rico, exitoso o influyente se pueda llegar a ser: Con un corazón dañado, nada ni nadie puede darte la paz y el descanso que tu alma anhela.

Todos hemos fallado en cumplir el estándar moral de Dios. Todos hemos cometido errores que nos avergüenzan y nos llenan de culpa. Todos hemos actuado mal. En una palabra: todos hemos pecado. Y el pecado nos conduce a la muerte espiritual y eterna.

La conciencia nos susurra que algo no está bien. Dios, a través de circunstancias o personas, también nos lo hace saber. Pero las “aspirinas” de las buenas obras, la religiosidad, los sacrificios, los peregrinajes o los esfuerzos personales no curan el corazón enfermo. Lo que necesitamos es un trasplante, y Dios está dispuesto a realizarlo… si se lo permitimos.

“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo.”

(Ezequiel 36:26)

Eso es, precisamente, lo que tú y yo necesitamos. La cirugía espiritual ya fue pagada por Jesús en la cruz, a nuestro favor. ¿Quieres orar?

“Jesús, te necesito. ¡Sálvame! Cambia mi corazón. Lávame con tu sangre preciosa. Guíame a conocerte y a seguirte por el resto de mi vida. Amén.”


Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.