Cuando Calderón declaró, estúpida y demagógicamente, la guerra al crimen organizado en México, la desinformación de un internet cuyas dinámicas de comunicación aún estaban comprendiéndose por los usuarios causó pánico prácticamente de la nada. Chismes y rumores llevados a cadenas de correo electrónico dieron lugar a lo que podríamos llamar “narcomitos”: leyendas urbanas que, como tales, narraban sucesos que se adaptaban a cualquier ciudad o pueblo, a partir de una realidad que cambió radicalmente en muy poco tiempo: balaceras, noticas de ajustes de cuentas terribles, matanzas acompañadas de videos y fotografías que poco a poco fueron socavando nuestra capacidad de asombro e indignación. ¿Recuerdan cuando unos maleantes te aventaban 5 mil pesos por la ventanilla nomás por no haberles tocado el claxon en un alto?
Recuerdo particularmente que una de esas leyendas urbanas paralizó Pachuca en el 2007: esa que salió de Veracruz, en la que unos turistas sobrevivían al “secuestro” de un antro por un grupo de sicarios. Los rumores ubicaron la historia en Pachuca, provocando la conmoción y paralización de la vida nocturna ante el miedo.
Recientemente, las noticias que involucran armas de fuego en Pachuca han aumentado y lo que debería alarmarnos es la minimización de la violencia que, desde Calderón, se ensancha y penetra la cotidianidad de maneras tanto explícitas como simbólicas y silenciosas (es decir: “los disparos se hicieron al aire, no pasa nada, se acerca el fin de semana”). Creo que ahora es nuestra tarea exigir al poder (y a los medios de comunicación) respuestas más claras, pues no podemos volver a caer en el discurso calderoniano del “aquí no pasa nada”, y en el generalizado de “los hechos aislados” porque ya nos costaron muy caro en todos los sentidos. Necesitamos mecanismos de comunicación más efectivos contra la desinformación. Si bien es responsabilidad de los usuarios de internet no caer en el engaño ni en las trampas de medios poco éticos, también lo es del poder generar estrategias contra la zozobra.