Según datos de la OXFAM publicados en enero de este año, la riqueza de Carlos Slim aumentó en 50 por ciento en términos reales desde el inicio de la pandemia. Para dimensionar ese dato, el reporte apunta que cuatro pesos con 48 centavos de cada 100 de la riqueza privada de este país le pertenecen. Eso es equivalente al dinero que poseen 63.8 millones de mexicanos.
La fortuna de Slim, junto a la de Germán Larrea (que aumentó en términos reales un escandaloso 125 por ciento desde el inicio de la pandemia), iguala a la riqueza total en manos de la mitad más pobre de toda América Latina y el Caribe, es decir, 334 millones de personas.
La comparación es escandalosa, sobre todo porque el parteaguas del aumento de sus fortunas es la pandemia, que significó pérdidas incuantificables para el sector más vulnerable de la población.
Y el hecho de que el hombre más rico de la región haya librado la enfermedad por coronavirus en el momento más álgido de la pandemia, en el que familias lo empeñaban todo por un tanque de oxígeno, también debe significar algo.
Es claro que esa indignante acumulación de riqueza no puede solo justificarse mediante la meritocracia de familias centradas en el esfuerzo de sus empresas: ha sido posible gracias a la imbricación histórica del poder económico con el poder político en este país.
Y creo que es momento de poner atención a esos mecanismos que propician la absurda acumulación de capital en unos cuantos y trabajar para eliminar la desigualdad mediante la redistribución de la riqueza y no solo a través del vaporoso juego de cifras e indicadores.
El informe ofrece un dato interesante: en México, las personas que acumulan más de un millón de dólares (considerados “los ricos”), son poco menos de 295 mil, lo que equivale a la población de Pachuca.
Uno de cada 500 mexicanos concentra 60 de cada 100 pesos de la riqueza privada del país. Supongo que el pueblo somos esos 500. Supongo que tenemos que hacer efectivo el ideal, honesto y claro, que dice primero el pueblo y actuar y legislar en consecuencia.